El grupo pastoril se presenta como grupo
diferenciado, bastante cerrado en sí mismo. La tendencia endogámica es muestra
palpable de ello. De la organización socioeconómica del grupo pastoril, así
como de las pautas que rigen su sistema productivo, derivan una serie de rasgos
peculiares, manifiestos en las relaciones sociales, en las actuaciones
consuetudinarias, en las creencias y comportamientos grupales. De su identidad
colectiva como grupo cohesionado arranca su especificidad sociocultural. Los
pastores son poseedores de un código cultural propio cuyas claves procuramos presentar
aquí.
Lo primero que se percibe es que el ganado
constituye el centro básico de sus intereses. El pastoreo del ganado conforma
toda una línea estilística de vivir, sentir y pensar. En el centro de esa
particular cosmovisión emerge el ganado como protagonista indiscutido, razón
última que fundamenta la tipología vital de los pastores. Entre el pastor y su
ganado surgen unas relaciones simbióticas. El pastor conoce a todas y cada una
de las reses que integran su rebaño, sabe describirías “por pelos y señales”,
les adjudica un nombre, humanizado casi siempre. Por su parte, el ganado
reconoce y obedece a quien lo pastorea.
Es la pastoril una cultura ecológica fuertemente
ligada al medio físico de la dehesa, donde se desenvuelve la actividad
pecuaria. Exhiben los ganaderos un conocimiento riguroso del relieve de la
dehesa. Y de la flora y fauna, sobre la que desarrollan una visión interesada
en función del beneficio o perjuicio que le proporciona. El tiempo no lo miden
de forma convencional, sino que se rigen por los astros. Los cambios climáticos
alcanzan un gran relieve en la mentalidad pastoril, pues en definitiva son los
que determinan los movimientos por cañadas y cordeles,
El pastor adapta sus creencias religiosas a las
necesidades de su medio ganadero. Tienen su propio devocionario pastoril, en el
que están presentes nombres de santos vinculados a las fechas ritualizadas del
calendario trashumante: San Juan, San Miguel, etc. Tampoco faltan advocaciones
protectoras del ganado (San Antón, San Antonio de Padua.), cristos y vírgenes
famosos (Nuestra Señora de Guadalupe) o que ejercen patronazgo en lugares donde
son oriundos los pastores. En su devocionario ocupan un lugar muy especial
aquellas advocaciones que se relacionan con sus preocupaciones más hondas. Así,
para protegerse del mal de la rabia canina, los pastores castellanos, leoneses
y extremeños han recurrido a una devoción mariana, Nuestra Señora de
Valdejimena, “abogada contra la rabia”, que tiene su santuario en tierras
salmantinas, Horcajo Medianero.
Numerosas supersticiones invaden el mundo de las
creencias pastoriles. De supersticiosas se debe calificar la mayor parte de
las prácticas curativas, basadas muchas de ellas en la cruz cristiana y su
poder simbólico. Una cruz cristiana en la puerta del chozo protege de los malos
espíritus. La llamada “piedra del rayo” salvaguarda en las
tormentas. Y una cabra absolutamente negra se convierte en el totem de la
piara.
El vocabulario pastoril es de una riqueza llamativa.
Emplea centenares de términos que describen el ganado en atención al pelo, las
formas de las ubres, de los cuernos, el temperamento de los animales, las
enfermedades de vacas, ovejas y cabras. Otorgan un nombre a cada tipo de hierba
y a cada accidente del relieve adehesado. Estas riquísimas terminologías empleadas
por los pastores se caracterizan por la antigüedad de muchas de las voces. Los
abundantes arcaísmos así lo corroboran.
Poseen los pastores una cultura material con sello
propio, surgida y adaptada a sus necesidades. Un rasgo importante que la
singulariza consiste en ser un producto condicionado por el entorno, del que
obtienen la materia prima casi en exclusividad. Emplean materiales que se
hallan copiosamente en las dehesas: piedras, troncos y palos, pajas, hierbas,
etc. Con tan sencillos elementos naturales componen una cultura material
original, de reproducción de modelos tradicionales casi siempre.
Es legitimo referirse a una “arquitectura pastoril”,
de primitivo diseño circular, lo que la emparenta con las culturas castreñas.
La tendencia autárquica, en parte, de su sistema productivo les llevó a
confeccionarse en otros tiempos sus propias ropas de pie a les, su impedita
(zahones, colodras, morrales, abarcas, etc.).
Su cultura objetual ha originado toda una industria
pastoril de carácter funcional y diseño utilitario. Tres son los materiales más
empleados: madera, asta y hueso. Cucharas, cuencos, cayadas, flautas,
castañuelas y un sin fin de objetos más han salido de los árboles cercanos a
las majadas. Las astas del vacuno les han servido para confeccionar recipientes
diversos, como liaros, polveras, cuernas y otras varias clases de colodras. Con
los huesos de los animales preparan los punzones y las largas agujas para
prender las mantas de agua.
En las colodras han exhibido su habilidad artística
algunos pastores, adornándolas con incisiones a punta de lezna o navaja.
Realizan sobre el asta o madera figuras y objetos de ingenuo esquematismo que
tiene como referente, por lo general, la flora y fauna del entorno adehesado.
Una expresión más de las hondas relaciones ecológicas que mantiene la cultura
pastoril con el medio natural en el que se desarrolla.
En el ciclo festivo de invierno han quedado
sedimentadas influencias de la cultura pastoril, protagonista indiscutible de
muchos rituales que han prevalecido en distintas regiones, en los que el
elemento animalizado está presente: botargas, zamarrones, máscaras
precarnavalescas, disfraces con pieles de cabra y ovejas, etc., esparcidos por
este país que, dicen, tiene forma de piel de toro. Un utensilio ganadero el
campanillo o cencerro, ha servido para diversos ritos festivos y de fecundidad.
Pero también para sancionar el comportamiento moral de los miembros de las
comunidades ganaderas a través de las “cencerradas”, que aun se practican en
diversas poblaciones con aquellos viudos o viudas que contraen segundas
nupcias.
Pero a esto hay que añadir que muchas vías pecuarias
contienen bajo sus entrañas importantes yacimientos arqueo - paleontológicos,
y otras tantas, importantes tramos de Calzadas Romanas que han llegado a duras
penas hasta nuestros días (como por ejemplo la existente la Cañada Real Leonesa
Occidental en su subida al puerto del Pico), y por último, en los alrededores
de muchas de ellas se agolpan elementos histórico - artísticos de interés
(ermitas, castillos, monasterios, palacios, canales históricos, etc.).
Santiago Bayón Vera