Tiempo atrás, en la juventud de nuestra especie, los hombres
habitábamos las cuevas y los abrigos, practicábamos rituales mágicos y
venerábamos a la naturaleza. La magia y la superstición eran la llave para
entender el difícil mundo que nos rodeaba. Una vez oí, que si la vida de la
tierra fuese de un año, los humanos como especie apareceríamos en el último
segundo del último día de la tierra, ¡hay que ver cuántas cosas pueden ocurrir
en un segundo!. Quizá, no seamos tan distintos a nuestros antepasados, de
hecho, en nuestras tribus actuales aún podemos encontrar chamanes, depositarios
de la fe en el más allá, cazadores, recolectores, artistas, guerreros,
conocedores de la naturaleza…
Entonces, ¿qué es lo que ha cambiado en este
último segundo de vida de la tierra?
Hubo en la antigua Grecia, época en que la humanidad se debatía entre
el mytos y el logos, es decir, entre la magia y la razón. Una leyenda que contaba
que en un mundo de divinidades inmortales, los dioses decidieron crear los
seres vivos que habitarían la tierra, este trabajo recayó en manos de los
titanes Epimeteo y Prometeo, los cuales crearon las especies que poblarían la
tierra y las dotaron de sus atributos, a unos la rapidez, a otros la belleza, a
otros la fuerza…estando ya todas las especies sobre la tierra, Epimeteo se dio
cuenta que había dejado a una especie, desnuda e indefensa, los hombres, para
repara el error, robó de su hermano la inteligencia y del Diós Efesto el fuego
y se los regaló a los hombres creando así una especie a semejanza de los
dioses. Quizá, el gigante Epimeteo, desconocía el verdadero poder de la
inteligencia, y los efectos que esta puede provocar si no se hace un buen uso
de ella. Los humanos, acumulamos inteligencia, progresamos y en la medida en
que fuimos descubriendo el poder de este don, nos hicimos cada vez más y más
narcisistas perdiendo poco a poco la fe en la naturaleza, nos adueñamos del
medio y del resto de las especies.
Queda lejos el tiempo en
que los humanos compartíamos nuestro mundo con seres mitológicos, faunos,
ninfas, sirenas, duendes… incluso, el tiempo en que tomábamos como augurios el
vuelo de determinadas aves o las entrañas de diferentes especies animales.
Siempre hemos mantenido una relación simbiótica con la naturaleza. Ahora, sin
embargo, somos nosotros los que realizamos augurios con el futuro de las
especies que nos rodean incluso con el futuro de nuestro propio planeta.
Los seres humanos, siempre hemos estado vinculados a la naturaleza por
conexiones supramateriales. Egípcios, Mayas, Incas, Celtas, Fenícios, Griegos,
Romanos… todas nuestras civilizaciones pretéritas de un modo u otro han
venerado a la naturaleza. Nuestros
dioses antiguos adoptaban forma de animal, Atenea era representada por un búho,
Zeus el Dios toro, dominador del rayo, Astarté diosa madre para los fenicios,
representada por un águila, Diana diosa de los bosques y de la caza Poseidón
DIós de los mares, Eolo Diós del viento, Gea diosa tierra, incluso el espíritu
santo si se quiere, adoptó forma de paloma.
Hubo, y sigue habiendo en la actualidad, lugares en los montes y los
valles donde uno siente cuando está allí una especie de sensación mística. En
época romana, estos sitios eran conocidos como “lucus”, era una especie de
lugares sagrados en los cuales se construyeron templos, muchos de estos sitios
fueron reutilizados con la misma función religiosa por pobladores posteriores
que al llegar a estos mismos sitios sintieron de nuevo esa sensación mística.
Esto ocurrió mucho en Galicia, muchas de las actuales ermitas situadas en la
costa y en el interior del bosque se levantaron en los mismos lugares donde
siglos antes los celtas construyeron sus santuarios. Quizá, tanto los unos como
los otros sintieron al llegar a ese lugar, el poder de la naturaleza.
Este pequeño tributo, va dirigido a un tiempo, en el que la naturaleza
era tenida en cuenta por los hombres, respetada, temida y venerada. Hay otra
forma de vivir nuestro entorno. Cierto es, que nuestro progreso como especie,
nos separa de la superstición y el mito, pero no nos debería separar de la
naturaleza, porque si olvidamos eso, que formamos parte de un entorno frágil,
estamos condenados como especie, si creamos un mundo completamente artificial,
desaparecerá la magia y el alma de las personas junto con nuestro entorno.
Pau Estruch Aparis.
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