La
botánica es la protagonista en el último día de nuestra estancia en Riópar gracias
a un recorrido guiado por uno de los parajes más espectaculares de toda la región.
Salimos
temprano esa mañana desde La Dehesa rumbo al nacimiento de Los Chorros. Desde
Lugar nuevo transitamos el camino que discurre paralelo al Arroyo Salado,
tributario del Río Mundo. En su confluencia, a la sombra de una gran carrasca,
hacemos la primera parada. Allí Marta y Pilar nos ilustran sobre el enclave en
el que nos vamos a adentrar, su singularidad (debida en gran medida a sus
peculiares características orográficas, geobotánicas y geológicas) y su
excepcional estado de conservación.
El
recorrido a partir de ese momento nos sumerge en un bosque umbroso en contacto
constante con el río, donde la presencia de especies de corología eurosiberiana
nos confirman la importancia del lugar como albergue de especies que tienen aquí
uno de sus últimos refugios meridionales. Tenemos la suerte de ver algunas de
ellas en flor, como la fotogénica primavera, el heléboro fétido o las hepáticas,
en un recorrido en el que abundan los helechos, clemátides, acebos y laureolas
cobijadas sobre un pinar denso de Pinus
nigra en el que se intuyen, aún sin hoja, fresnos, avellanos, arces y
serbales. Nos sorprende mucho la presencia de Sanicula europea, planta muy esciófila propia de los hayedos norteños
y que no imaginábamos que pudiera encontrarse tan al sur.
La
ruta finaliza en el impresionante paredón de Los Chorros. Los escarpes
permanentemente húmedos de esta espectacular pared son el hogar de la que
probablemente sea la planta más emblemática de la zona, la grasilla del río
Mundo. Efectivamente, Pinguicula mundi
es una especie de distribución muy restringida que, dado que vive en medios muy
pobres en nutrientes como el resto de sus congéneres, se sirve de sus hojas
pegajosas para atrapar insectos y disolverlos con los enzimas digestivos de sus
glándulas foliares.
En
definitiva, ocho kilómetros muy bien andados en un trayecto precioso y lleno de
sorpresas agradables. ¡Hay que volver!
P.D.
Vaya desde aquí nuestra gratitud a Jorge, Marta, Pilar, y en general a todo el
CEA La Dehesa, por su hospitalidad y por hacernos sentir en todo momento como
en casa.
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