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jueves, 22 de diciembre de 2022

Los tesoros de las Fragas


 LOS TESOROS DE LAS FRAGAS DEL EUME: 

LOS HELECHOS Y EL MONASTERIO



1.- LOS HELECHOS

El verdadero tesoro de las fragas son los helechos, en este entorno podemos encontrar 28 especies distintas de helechos de las cuales 7 son relictas y 6 están catalogadas como amenazadas y exigen la mayor protección.


Foto propia.
Los aproximadamente 150 días al año que llueve
propiciaron desde tiempos antiguos que el bosque
 varie notablemente.


Estos helechos son reliquias de la flora subtropical presentes durante el terciario, entre 65 y 1,6 millones de años, cuando los Dinosaurios aún dominaban la Tierra y la vegetación selvática cubría la península bajo un clima cálido y húmedo, vegetación que fue barrida casi por completo en las glaciaciones posteriores. 


Foto propia

Tanto la posición geográfica como la propia orografía del cañón del Eume, posibilitaron que algunos helechos como el Culcita macrocarpa o el Woodwardia radicans, permanezcan aún en la actualidad. Los helechos, plantas vasculares sin flores, tienen una elevada capacidad de diseminación de sus esporas y así mantienen su presencia a pesar del aislamiento actual de las zonas hoy cálidas.


Helecho Culcita macrocarpa en las Fragas del Eume.
Especie amenazada, en peligro de extinción.




Helecho Woodwardia radicans en las Fragas del Eume

Muchos de los helechos existentes en el parque natural son muy dependientes de las condiciones protectoras que les brindan las fragas; además, no están abundantemente presentes, sino que se concentran en áreas más húmedas y térmicas.


Panel Explicativo sobre los helechos en el interior del Centro de interpretación.
Aparecen 6 especies amenazadas en peligro de extinción.



Con esto queremos resaltar el valor protector que tiene el conjunto del bosque reunido en el parque, puesto que les da refugio a especies objetivamente catalogadas como importantes.


Foto propia


Video sobre musgos y helechos en las Fragas del Eume 



2.- EL MONASTERIO DE S. JUAN DE CAAVEIRO 

El Monasterio de San Juan de Caaveiro es un monasterio del siglo XII, de estilo románico, destacando la iglesia, que se levanta sobre un montículo muy escarpado, con altos muros con contrafuertes y estancias subterráneas.


Se sitúa entre los ríos Eume y Sesín y sus orígenes se remontan al siglo X, tiene una historia muy larga y muy intensa, como toda edificación medieval: fue monasterio benedictino, luego agustino y llegó a su máximo esplendor en el siglo XIII.



Foto Propia


Luego, lo contrario: el abandono y casi la ruina. Hasta que en 1896 un abogado de Madrid, afincado en Pontedeume, -Pío García Espinosa- se lo compró al arzobispo de Santiago de Compostela y lo restauró a su manera.

Foto propia


Más tarde pasó a sus herederos y de nuevo fue abandonado y volvió a estar casi en ruina, hasta que se hizo con él la Diputación de A Coruña.

El conjunto tiene varias edificaciones a diferentes niveles:

1º- los antiguos hornos (en la actualidad puesto de los guardas de seguridad)

2º- las caballerizas, la oficina desde donde salen las visitas guiadas.

      De las tres casas de los canónigos, antes de la muralla, no queda nada.

3º- Iglesia de Santa Isabel (siglo XII-XIII), con ábside románica y campanario barroco.



Además del edificio, hay que resaltar el viejo molino y el antiquísimo puente de piedra a los pies del Río Sesín.

A principios del siglo XIX el monasterio queda deshabitado.


Viejo Molino en Caaveiro. Foto Galicia máxica

Puente de Piedra en Caaveiro sobre el río Sesín


Para llegar al Monasterio hay que recorrer una senda de 500 metros desde el Puente de Santa Cristina.

Foto propia


La Senda se recorre toda en subida hasta llegar al montículo donde se enclava el Monasterio:

Foto propia




Leyenda de S. Rosendo

Cuenta la leyenda que una lluviosa mañana de invierno en Caaveiro, San Rosendo se levantó y viendo el mal día que hacía se quejó contrariado. Al momento se dio cuenta de su pecado ya que el tiempo era voluntad divina. Decidió tirar al Río Eume su anillo episcopal como penitencia. Siete años después, mientras el cocinero de Caaveiro  preparaba la comida para los monjes,  abrió un salmón y, dentro de los intestinos del pez, encontró el anillo de San Rosendo. Rápidamente se lo comunicó al obispo, quien dando gracias a Dios  se dio cuenta de que su pecado había sido redimido.



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