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Y así fue como Rafael fue
conociendo e interesándose cada día mas por aquellos niños venidos de tan
lejos, y aunque era tímido, su curiosidad vencía a la infructuosa timidez y su
interés por saber más acerca del lugar de donde venían y su cultura hacia que
se pasará tardes enteras hablando con ellos. Mientras los demás niños tenían
aficiones mas mundanas como jugar al futbol, o las niñas jugar a la comba,
ellos tres cogieron la costumbre de conocer el entorno que les rodeaba y no
había mejor manera de hacer esto que pasear por los alrededores del pueblo.
Todas las tardes cuando el tiempo no era demasiado malo (cosa que ocurría en
contadas ocasiones) quedaban en casa de Doña Remedios para de ahí partir por
las múltiples sendas que se adentraban hacia mas allá de los límites
municipales. En sus mochilas llevaban de todo para pasar unas horas lejos del pueblo
y aprender de lo que veían. Si bien los tres llevaban algo de comida (un chusco
de pan de centeno con queso hecho con la leche de las cabras de don Luis) que
les preparaba Doña Remedios y unas cantimploras con agua del manantial del
pueblo, lo que los diferenciaba a cada uno era el material de aprendizaje que
habían elegido por votación. Decidieron de manera muy locuaz que la mejor
manera de abarcar mas información acerca del entorno donde vivían era
repartirse el trabajo. Y así fue como hablando entre ellos y valorando las
aficiones que les movían eligieron la materia de la cual trabajarían duro para
aprender. Rafael, gran conocedor
de las especies que habitaban el entorno, gracias en parte a Don Jordi llevaba
en su mochila todo lo necesario para recoger información referente a estas
especies, un cuadernillo de campo donde anotaba cada animal de la clase que
fuera y sus características y una vieja cámara de fotos que solo disparaba
cuando tenía claro el objetivo y la foto iba a ser buena. Ona una muchacha
fascinante a los ojos de Rafael, amaba todo lo que tuviera hojas o fuera verde,
así decidió dedicar cuerpo y alma al estudio de la botánica del territorio.
Tenía gran facilidad para dibujar y lo hacía rápido y realmente bien, anotaba
con precisión toda la morfología de una planta, árbol o arbusto y lo hacía con
todos los detalles, como era el tallo o el tronco, la corteza, las flores, las
hojas, los frutos, hasta hacia una medición más o menos exacta de alturas y
grosores. Para una niña de 12 años todo eso debería ser realmente complicado si
antes no lo había estudiado, pero al parecer en su pueblo natal Ona era
considerada una especie de niña elegida por la madre tierra y algunos iban más
allá y decían que su sabiduría era fruto de que su madre se había unido con un
“hijo del bosque” venido de tierras lejanas y verdes donde abundaban la
vegetación y juntos engendraron a Ona. Un “hijo del bosque” como las malas
lenguas le contaron a Ona era un hombre de una de una estirpe muy antigua y
olvidada que habitaba en bosques centro-europeos y que vivían solo de los que
le daba el bosque se decía que comían de todo lo que había (ranas, plantas,
semillas, frutas, peces, escarabajos, etc...) y que tenían un respeto por su
bosque y la naturaleza como ninguna otra sociedad lo ha tenido jamás. El bueno
de Abdel, era un niño más reservado que Ona y menos enigmático que ella, sus
intereses eran más bien culturales, así recién llegado al pueblo se dio una
vuelta para ver las iglesias y monumentos de la zona quedando prendado puesto
que en su aldea solo habían pequeñas chabolas con poco interés arquitectónico. Pero como había la
particularidad de que construcciones y montañas tenían ciertas similitudes en
base como que las dos tenían un contorno o un relieve, Abdel decidió que se
dedicaría al estudio de la orografía de la zona, ya fuera natural o
transformada por el hombre. Eso abarcaba un sinfín posibilidades de estudio
como podían ser las montañas, los valles, los ríos, los barrancos, las cuevas y
un largo etcétera de accidentes geográficos además de todo lo que el hombre
había modelado con su actividad, que era mucho, puesto que los primeros
asentamientos humanos en la zona según vestigios arqueológicos encontrados se
remontaban a unos 10.000 años de antigüedad. Este último dato era lo que más
despertaba el interés de Abdel, y cada vez que pensaba en la posibilidad de
encontrar una nueva cueva nunca descubierta y hallar allí dentro restos de una
antigua civilización, su mente divagaba de ilusiones, no en vano su película favorita
y una de las pocas que había visto (gracias a que el año anterior había estado
en un campamento de verano en Torrevieja, donde lo llevaron por primera vez a
un cine) era Indiana Jones y el templo maldito. Así pues, las tareas ya estaban
repartidas y solo quedaba ponerse manos a la obra con la mayor de las ilusiones
y ganas, puesto que si bien parecía que se tratara de un trabajo mandado por
algún profesor loco de pasión por su profesión, para ellos tres era una
diversión y un placer y nunca lo vieron como una obligación, eran niños y se lo
tomaron como un juego pero a la vez muy en serio.
Se sucedieron los días y cada
dia iban abarcando más territorio, descubriendo nuevos lugares que ni tan
siquiera los propios lugareños conocían. Incluso Abdel, encargado de estudiar
todas las siluetas y recónditos espacios del lugar, hizo un mapa más o menos
exacto que les servía para guiarse y saber que sitios ya habían estado.
Rafael paso los mejores años
de su vida junto a sus amigos, sentía por primera vez un cúmulo de felicidad y
alegría que hasta el momento solo había disfrutado en pequeños momentos de su
dia a dia, como era cuando acompañaba a Don Jordi de cacería o su profesor y
amigo Julián les hacía una visita a casa.
Es por el aprecio que
profesaba hacia estas personas que Rafael, desde un comienzo les contó sus
escapadas intelectuales y sensoriales por el entorno. Además de ellos dos, como
es lógico, la familia de Rafael y Doña Remedios “la solterona” también eran conocedoras
de estas aventuras. Al principio los padres de Rafael, movidos por la
sobreprotección parental, se mostraron algo reacios a que su hijo se fuera
horas y horas a recorrer lugares aislados y lejos del pueblo, pero también se
habían dado cuenta de la ilusión desbordante que irradiaba Rafael, y no fueron
capaces de negarle tal afición. Doña Remedios “la solterona” había sido toda su
vida una aventurera y viajera empedernida, así que no ofreció muchos
impedimentos a las excursiones de sus adoptados, además confiaba en Rafael y
sabía que era muy buen chico y capaz de cuidarlos.
Don Jordi y Julian mostraron
mucho interés y cada vez que veían a Rafael le preguntaban como les iban las excursiones a los
tres, que cosas nuevas habían aprendido, que cosas les habían sorprendido.
Rafael, encantado con tanto interés, contaba con mucho detalle todo lo que
estaba viviendo en aquellas tardes mágicas. Don Jordi se interesaba más por las
especies cinegéticas que Rafael veia, y la verdad es que Julián era muy despierto
y le interesaba cualquier información que a sus oídos llègara.
¿Quién se atreva a seguir?.....
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