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sábado, 23 de febrero de 2013

Historias naturalísticas de nuestras águilas (I)


       Resulta curioso lo que se aprende conversando con las gentes del campo, aunque algunas ya se hallan instalado “cómodamente” en las grandes ciudades de nuestro país, lo cierto es que siempre curioso de conocer historias y anécdotas de nuestra fauna a veces te quedas sorprendido de algunos relatos. Curiosamente esto fue lo que me ocurrió hace unos días, mayúscula fue mi sorpresa cuando un viejo conocido que reside en Madrid y criado en cierto pueblo de la zona de los Montes de Toledo me comentó, que sabia de ciertos lugareños que, movidos por la “crisis” habían acudido a la vieja práctica de acudir a los nidos de las grandes águilas a robar las presas (conejos y liebres) que estas hermosas y esforzadas rapaces capturaban para sus polluelos, curiosa anécdota, si esta fuera un relato de los años de post-guerra civil y no un hecho que acontece en nuestros tiempos, lógicamente declinó decirme quienes y donde realizaban estos “hurtos” de conejos, por temor a que los pusiese en conocimiento de las autoridades competentes.
           Lo curioso es que no hace mucho tiempo un paisano de Guadalajara, Cipriano, ya muy mayor me relataba cómo su padre le bajaba cuando era un rapazuelo en una cesta de mimbre atada con una cuerda hasta los nidos de las águilas reales en altos farallones rocosos de la Alcarria, eran tiempos difíciles acabada la contienda que desgarró España durante la segunda mitad de los años treinta del pasado siglo, y sobre todo la hambruna posterior.
El autor hace unos años tomando datos
y anillando águila real.

            Los territorios de cría de las grandes águilas reales se transmiten desde la noche de los tiempos de generación en generación, en España se ha constatado la ocupación de algunos por más de 50 años, cuando en algunas zonas los lugareños acudían, en esta época de hambruna de la post-guerra, a los secretos nidos de las águilas para comerse los conejos, liebres y otras presas capturadas. Este extremo lo pude constatar en provincias cómo Cuenca, Toledo, Guadalajara, Cáceres y Ciudad Real, recogiendo los testimonios directos de este ingenioso, o al menos ocurrente, sistema para hacerse con las viandas cazadas por las águilas. Los pastores y paisanos accedían a los nidos a veces con cacerolas de hojalata, a guisa de casco, para evitar “ataques” de la rapaz. Utilizaban sogas de esparto y muchas veces eran muy crueles con los aguiluchos, ya que les echaba el “frenillo”, que consiste en atar con una cuerda sus picos e introduciéndoles un palo transversal para evitar que comiesen, no se ahogasen y emitiesen reclamos pidiendo alimento a sus progenitores; o bien siendo aún más drásticos cosiéndoles la cloaca, y de esa forma no comían, pero morían en poco tiempo y tras un gran sufrimiento, reventados. Otros relatos cuentan cómo algunos lugareños algo más sensibles permitían, un día sí y otro no, desatando el pico del infeliz animal, que comiese y con ello garantizar el suministro de comida de los padres al nido.
Cuaderno de campo del autor
            Son muchas las historias que cuentan los curtidos pastores de las sierras, viejos guardas, cazadores de pueblo, lugareños,… , esos hombres que siempre han tenido contacto con nuestra naturaleza (y que junto con los naturalistas de campo están en peligro de extinción) y los pocos que todavía quedan, son los que mejor la conocen, a pesar de que a veces mezclan la fantasía con la realidad, así escuchamos relatos increíbles y inverisímiles de águilas transportando un chivo en cada pata, y a veces uno más en el pico, o aquellas águilas que portando piedras en las patas trata de hacer salir los conejos de los matorrales donde se agazapan y que casi descalabran a algún cabrero distraído, de cualquier forma vemos hasta que punto estos bellos y magníficos animales forman parte de la cultura, de las tradiciones y la vida de nuestras tierras.
            Y es que debo reconocer, que junto con los mamíferos depredadores, las aves de presa y especialmente el águila real a la que he dedicado varios centenares de horas de estudio y observación me resulta un ave fascinante y admirable.
            Aún recuerdo uno de esas decenas de pollos de rapaces que reintroducimos en nidos para ser adoptados, y especialmente un polluelo de águila real que venía de un expolio de un lugareño de Toledo, ya muy crecido y difícil de encontrarle un nido salvaje con un solo pollo, ya que las águilas sacan sólo dos, de la misma edad y en una zona con abundante alimento, para que el aguilucho pudiera ser reintroducido, aunque al final lo conseguimos.
Águila Real de vuelta al nido con Pitanza
            Así, una calurosa mañana del la segunda mitad del mes de junio, me encontraba junto a Mario Álvarez, aguantando estoicamente el implacable sol de los estiajes mediterráneos en el interior de una incómoda, estrecha  y raída tienda de lona verde, esta nos servia de inmejorable observatorio para contemplar sorprendidos y aburridos por la larga y tediosa espera y la infinita paciencia de los aguiluchos (el de la pareja y el “hermanastro” que habíamos reintroducido), que este caso contenía el enorme cubil en un enorme risco calizo de la reina indiscutible de las aves: el águila real. El monótono canto de la abubilla se repetía sin cesar perdiéndose en la profundidad del boscoso valle en esa silvestre España central.
            No era la primera vez que realizábamos esta delicada operación, y estábamos familiarizados con todas las precauciones que debíamos tomar, ya que por otro lado conocíamos perfectamente el comportamiento de este monarca del espacio.
            Así. Al amanecer y tras un arriesgado descenso, con un buen equipo de escalada, hasta el secreto nido, después de visitar más de diez, seleccionado y localizado, depositamos al polluelo toledano expoliado por este inculto lugareño que pretendía ganar “unas perras” con su venta, y después recuperado, en su nuevo hogar.

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