TRASHUMANCIA Y MODELOS SOSTENIBLES DE DESARROLLO RURAL
Cabe
valorar con un moderado optimismo el cambio positivo registrado en la evolución
de la demanda social, en lo que se refiere al fenómeno de la trashumancia y a
sus perspectivas territoriales y culturales. En este orden de cosas,
trashumancia y desarrollo rural conforman un binomio en el que se advierte una
fuerte trabazón, ya que no en vano dicha práctica ganadera ha marcado muchas de
las señas de identidad de numerosos espacios rurales de montaña y tierras
llanas de España, en los que además se han producido y producen múltiples
fenómenos de complementariedad espacial motivados tanto por las alternancias
climáticas, como por los valores agregados provenientes de los intercambios
económicos y humanos habidos entre las zonas de agostadero e invernadero, fruto
de las cuales se implementan redes territoriales (Áreas de pastoreo invernal y
estival, red de vías pecuarias, lugares de mercado, puntos de
aprovisionamiento, etc.), flujos demográficos con intercambios parentales y
flujos económicos variados (Precio de los pastos, valor de la lana y del canal
de las carnes, salarios de pastores y ganaderos, transportes, servicios
alimentarios y sanitarios, etc.), que conforman buena parte de la
caracterización histórica y socioeconómica de muchas comarcas ganaderas
españolas.
A
los usos tradicionales de los territorios en los que la trashumancia está
presente se une de forma más tardía el fenómeno del turismo rural, motivado
entre otras razones por el atractivo que dicho medio supone para amplias capas
de la población residentes en medios urbanos o metropolitanos, en paralelo con
el incentivo del que son responsables diferentes administraciones
—especialmente las autonómicas— que promueven programas de puesta en valor de
actividades productivas tradicionales, desde la misma trashumancia ganadera a
otras derivadas de ésta como la producción de quesos y derivados lácteos
artesanales, artesanías laneras populares o el empleo de vías pecuarias para
otros fines no estrictamente ganaderos, tales como redes de cortafuegos, rutas
lúdico-culturales o ejes viarios alternativos en caso de catástrofes naturales.
De
ahí que pueda considerarse el alto valor de la trashumancia como elemento
estructurante del territorio, especialmente en áreas rurales en las que ejerce
funciones muy precisas de articulación espacial. Este hecho se ha puesto de
relieve en aquellas áreas en las que la trashumancia ha decaído o dejado de
existir, advirtiéndose entonces un verdadero vacío funcional que repercute en
la pérdida de insumos económicos en tales espacios rurales: los antiguos
«puertos» y demás áreas de pastoreo pierden valor económico y quedan
abandonados generando nuevas problemáticas ambientales y demográficas, se
produce la pérdida de empleo antes dedicado a labores pecuarias y pierden
también vigor las localidades en las que se generaban actividades económicas
vinculadas (Mataderos, transporte de ganados, aprovisionamientos, instalaciones
textiles, etc.). En suma, un proceso degenerativo del tejido social y
territorial, al que sólo se puede poner freno con prácticas que traten de
activar dichos espacios con otros ingredientes de componente económico y
social, compatibles con unos medios caracterizados por su alta sensibilidad
ante cualquier tipo de actuación.
La
implantación de actividades de turismo rural ha supuesto en los últimos tiempos
un cierto aliciente en lo que se refiere a la revitalización de los espacios
mencionados.
En
ocasiones, la atracción turística estaría motivada por el conocimiento del
pasado trashumante, de sus principales eventos como ferias o fiestas y desde
hace muy poco tiempo en algunas ofertas realizadas, la posibilidad de conocer
«en vivo» la propia trashumancia pudiendo participar de sus actividades, por
ejemplo, acompañando rebaños en sus desplazamientos o visitando áreas de
pastoreo y majadas o corrales de ganado en recorridos culturales, resultando
además un evidente atractivo para las labores pedagógicas en los distintos
niveles educativos, en los que la visita al objeto de estudio supone una
actividad recomendada u obligada .
Santiago Bayón Vera
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