Muchas eran
las veces que montado en mi bici recorría el Parque Natural del Turia y no
dejaba de asombrarme, cada vez descubría algo nuevo, un nuevo árbol, un camino
distinto o incluso un animalillo sin miedo que se cruzaba en mi camino, pero
esta vez iba a ser diferente, este descubrimiento superaría a los demás. Como
muchos de los descubrimientos, seria fruto de un despiste en un cruce de
caminos y sin apenas darme cuenta me vi inmerso en un bosque de ribera que
denotaba estar muy poco transitado, esto último y la curiosidad me llevaron a
continuar hacia delante. Cada vez el camino se iba haciendo más intransitable
hasta el punto de tener que tomar la decisión de abandonar temporalmente mi
bici. Tras media hora caminando a buen paso empecé a escuchar un sonido muy
familiar, era el sonido del agua golpeando contra las rocas que cada vez se
hacía más fuerte, por un momento creí pensar que estaba en otro mundo. Esto me
dio ánimos para acelerar la marcha y
cuando llegue, lo que vi fue increíble, un paraje digno del folleto de una
agencia de viajes.
Permanecí en
este lugar recreándome durante una hora y después me fui. De regreso a casa me
preguntaba cómo podía ser que un lugar tan fantástico como aquel no se diese a
conocer, eso no tenía sentido.
Hace tan
solo unos pocos días que lo he entendido, debido a la riqueza ambiental y
fragilidad del lugar, los gestores del espacio tienen la obligación de
conservar y proteger y que mejor manera que manteniéndolo en el anonimato. Con
esto debemos entender que hay lugares que se deben mantener al margen del uso
público porque por ordenado y racional que se haga, este siempre afectará los
ecosistemas.
Entonces no
seré yo quien desvele el secreto del Turia…
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