Valdemanco conserva su historia en armonía con el entorno natural. El arroyo o garganta del Río Frío
acoge en sus márgenes una veintena de molinos harineros.
Pese a contar con tan sólo 11 km de longitud, la corriente de Riofrío a su paso por el término municipal
de Valdemanco del Esteras (Ciudad Real) constituye la segunda zona de mayor concentración de molinos
hidráulicos harineros en el territorio de la Orden de Calatrava desde época medieval, después del tramo
del río Guadiana comprendido entre Villarrubia de los Ojos y el Puente de Alarcos.
El poblamiento y las actividades económicas en la comarca del Esteras han estado íntimamente
relacionados, a lo largo de la historia, con la existencia de un suministro de agua continuo y abundante.
Como signo de esta relación, junto al cauce del arroyo se pueden encontrar todavía restos de diversa
entidad correspondientes a un singular conjunto de molinos hidráulicos harineros de origen medieval,
algunos de los cuales han continuado en uso hasta bien entrado el siglo XX.
Foto por Miguel Méndez-Cabeza |
En la actualidad se conservan restos de quince molinos hidráulicos harineros en la corriente de Riofrío,
más otros dos situados ya sobre el río Esteras, aunque inmediatamente aguas abajo de la desembocadura
de Riofrío, y claramente integrados en el complejo hidráulico anterior.
Aquí el enlace al inventario de los molinos elaborado durante el primer semestre de 2005 por la empresa
NRT Arqueólogos, S.L, bajo la dirección de Manuel Retuerce Velasco y Miguel Ángel Hervás Herrera.
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Por desgracia, pese a su gran valor arquitectónico, cultural y tecnológico, todos los molinos se encuentran
en mal estado y, aunque la mayoría de ellos pueden restaurarse con poco esfuerzo no se ha hecho
absolutamente nada en materia de conservación, ni por parte de los habitantes de Valdemanco del
Esteras ni por parte de las administraciones municipales y la comunidad de Castilla La Mancha.
Los molinos, además de formar parte del imaginario colectivo gracias a las aventuras de un archifamoso
hidalgo, son magníficas muestras de lo que se conoce como arqueología industrial. También son símbolos
poderosos, imponentes, de nuestro pasado (no tan lejano) de nuestra unión con el agua, con la naturaleza.
Me entristece mucho ver cómo estas construcciones van deteriorándose con el paso de los años, que los
nietos de los que molieron la harina en sus piedras no se sientan responsables de la conservación de su
patrimonio. Me entristece y no lo entiendo, no entiendo que le demos más valor a un aparato electrónico
que dejará de funcionar en un par de años (eso si no nos compramos uno más nuevo, más rápido y más
grande antes). Es triste que este país esté perdiendo su memoria. No es culpa de nadie y a la vez todos
somos un poco culpables, hay que aceptar esta realidad y tomar conciencia del inefable valor cultural
que esconden nuestras tierras para trabajar unidos en la restauración y conservación de nuestra memoria
arqueológica, cultural e histórica.
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