En ésta entrada os voy a contar un pequeño relato que sucedió en
la localidad de Benimassot, sucedió el domingo, (22 de febrero del 1874), era temprano y como todos los domingos
el cura predicaba el evangelio en la iglesia, todas las personas del pueblo acudían
con sus mejores vestimentas, sonaban las
campanas.
Pero
de repente, irrumpieron la misa un grupo de bandoleros llegados desde la
comarca de la Marina, con sus caras tapadas con pañuelos, los rostros pintados
oscuros y con sombreros grandes, además empuñaban armas de fuego, estaban
dispuestos a todo.
Fotografía de la iglesia de la localidad de Benimassot
En ese
instante uno de ellos grita:
-“¡Que
nadie se mueva!”
Entran
en la iglesia tres individuos y solo hablaban dos; uno en valenciano y el otro
en castellano, sujetaron las puertas con cadenas, otros se encargaron de vigilar
las salidas del pueblo y de rodear la iglesia y la plaza del pueblo.
La
medianoche anterior, el grupo de bandoleros había atravesado el collado en
dirección a Castell de Castells,
Rodearon el pueblo por los llanos en dirección a Fageca. Conocían bien el terreno.
Comenzó
a cundir el pánico y los asaltantes pidieron calma, diciendo que si estaban
quietos no les sucedería nada. Entonces sacaron una lista, donde tenían apuntados
los nombres de las personas con mayor poder adquisitivo del pueblo y
procedieron a decir sus nombres, uno a uno…
Habla uno de ellos:
-Vosté.
Dibujo realizado por Remigio Soler.
El
primero en pagarlo fue un hombre de bien, muy honrado. Le desvalijaron la casa,
hasta ¡embutidos incluidos!
El
siguiente fue el otro aldeano, muy chistoso, también se llevaron todos sus
jamones.
El
tercero estaba tan nervioso sentado en el banco de la iglesia que él mismo se
delató. Era rico y avaricioso. Se llevaron de su casa vino, aceite, harina,
maíz y legumbres, además de su dinero.
Parece
que el plan fue ideado por un genio, una persona conocedora del terreno, conocían
sus habitantes y el pueblo, la cual cosa fue demostrada cuando a uno de ellos
en un despiste que tuvo, se le ocurrió encenderse un cigarro, despojándose de
su pañuelo que le cubría el rostro y encendiéndoselo en una vela que alumbraba
el santo. La cual cosa propició que una vecina del pueblo reconociera al
bandolero, como un vecino de la localidad de Balones (localidad vecina del pueblo de Benimassot).
Entonces
exclamó:
-¡Pero si vosté es…!
Aquél
individuo reaccionó, dándole un manotazo y tiró a la vieja, amenazándole que si
le descubría la degollaría. Sabían que tenían la situación controlada,
siguieron preguntando donde escondían sus bienes a otros vecinos, algunos de
ellos se negaban acceder a los chantajes de aquellos bandoleros. Les golpearon,
les amenazaron diciéndoles que les prenderían fuego, etc. Al fin lograron
hacerse con las pertenencias de aquellas personas, pero les costó trabajo de
adquirir el ansiado botín.
El
dinero estaba escondido en los lugares más inverosímiles: AL subir las escaleras
de una vivienda, debajo de un ladrillo. Otras monedas y joyas estaban
introducidas en un tonel, en la bodega descubriéndolas, por el sonido, hallaron
el escondrijo.
Una
vez desbalijadas las casas y antes de irse, les hicieron una advertencia
diciéndoles: ¡Si alguno denunciaba los hechos, al día siguiente encontrarían en
la puerta de su casa una cruz roja, era equivalente a su sentencia de muerte!
Se
les ordenó que se quedaran todos quietos hasta el mediodía, y pasadas unas dos horas de no oír ruido fuera,
los vecinos se subieron a lo más alto de campanario para observar si se
divisaba a los delincuentes.
Alguien
propuso organizar una partida en su busca y acabar con ellos. Pero el cura hizo
que entrara el sentido común y que dejaran tal asunto a la Guardia Civil.
Fotografía sacada de un álbum de fotos de una persona de la localidad.
Los
días siguientes se acercaban curiosos de otras localidades para saber que había
pasado y La Guardia Civil para conocer los hechos que sucedieron aquel fatídico
22 de Febrero del 1874.
El
caso fue que no apareció rastro de ladrones, ni talegos, ni dobletes, pero a
los pocos días, en el barranco de Malafí,
camino hacia La Vall d’Ebo, se
hallaron unas monedas en el suelo, por lo que se supuso que en aquel lugar se
realizó el reparto del robo, diseminándose la cuadrilla en distintas
direcciones para evitar las sospechas de los vecinos de los pueblos por donde
pasaron.
Fotografía extraída de la página: https://acelobert2010.wordpress.com/page/2/
Detrás
de unos matorrales, se encontró asimismo el cuerpo de uno de los ladrones, que
fue muerto por sus propios compañeros en el transcurso del reparto del botín.
Las
autoridades indagaron, preguntaron, recorrieron los caminos… pero ninguna pista
apareció. Con el tiempo, el robo quedó casi en el olvido…
Pero
unos meses después, otra cuadrilla de bandoleros intentó asaltar el pueblo de Penáguila. Allí, sin embargo, la gente
sacó sus escopetas y se liaron a tiros con los ladrones. Dos de ellos cayeron
heridos (uno era se Polop y otro de Callosa d’en Sarrià), todos sus compañeros fueron delatados.
Al
principio se pensó que era la misma banda que actuó en Benimassot, pero se
demostró que no tuvieron nada que ver.
Con
el tiempo acabó la fechoría enterrada en el olvido. Hay personas que cuentan
que fueron vecinos del pueblo de Tárbena;
pero lo único cierto es que, se llevaron su secreto a la tumba para siempre.
Los
habitantes de Benimassot aseguran
que grandes extensiones de tierra de la Marina fueron adquiridas con el oro y
la plata así arrebatada, nombrando incluso los nombres de algunas haciendas.
Desde
aquel momento, a las viviendas del despojado pueblo se les colocaron unas
rejillas en las puertas, ¡cuidando de no abrir a la persona que no fuera
previamente identificada! No sea que
vuelva a suceder la misma historia...
Hay un lugar en el Barranc de Malafí con el nombre del Cantal del Lladre.
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