Agradezco la invitación que me hace Fede para poder dejar unas letras como homenaje al naturalista, maestro y amigo Aurelio Pérez. Para muchos este nombre pueda resultar ciertamente anónimo, pero para cualquier aficionado a la naturaleza con una cierta edad, supone una referencia insustituible en el despertar al conocimiento de la naturaleza de las últimas décadas del siglo pasado.
Aurelio creció en una de las últimas familias de pastores transhumantes de Barriomartín (Soria) y se dedicó a las tareas agrícolas y ganaderas hasta edad bien avanzada, en la que fue descubierto por Félix Rodríguez de la Fuente e incorporado a su equipo recién iniciado. Félix encontró en el autodidacta soriano a un fino e intuitivo naturalista forjado en la dureza y rudeza de la meseta pero atiborrado de sensibilidad y capacidad de observación para con los animales.
Aurelio entró a formar parte del equipo de halconeros que operaba en la base de Torrejón de Ardoz y en el aeropuerto de Barajas para ahuyentar a los grandes bandos de sisones que ocasionaban frecuentes accidentes aéreos. Gracias a su depurado manejo de las aves de presa, pronto pasó a ser el brazo derecho de Félix, que le encomendó la tarea de cuidar y entrenar a muchos de los animales protagonistas de la serie "El hombre y La Tierra", con los que logró tomas imposibles que consiguieron despertar la conciencia ambiental de muchos millones de españolitos.
Para Félix, Aurelio era imprescindible, un modesto y abnegado personaje que siempre trabajó en la sombra, localizando exteriores, nidos, guaridas, capturando determinadas especies para ser filmadas, ideando sistemas de acercamiento o filmación, adiestrando águilas, azores, halcones, alimoches, ginetas, linces, lobos, etc. Tras la muerte del doctor, Aurelio siguió con su "apostolado" trabajando en pro de la educación ambiental con diversas fundaciones y centros de naturaleza. Colaboró en algunas películas como "Madregilda" o "Los Santos Inocentes" (cuando la Milana volaba fiel al hombro de Azarías, la mano experta de Aurelio había estado operando varios meses entre bambalinas) y dejó tantos alumnos como personas tuvieron la suerte de conocerlo.
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Andres López junto Aurelio |
Yo tuve la fortuna de conocerlo mientras volabamos halcones, hace más de veinte años. No tardamos ni diez minutos en cruzar miradas, entablar conversación y comenzar a sembrar el germen de una bonita amistad que fue consolidándose y creciendo con el tiempo hasta que tuve la fortuna de que me regalase su tiempo, sabiduría y dedicación en muchas ocasiones. Tuve el honor de que prologase mi primer libro, de que viniese en repetidas ocasiones a casa para compartir el vuelo de mis halcones y de algunas horas (que siempre se me antojarán pocas) de campo y de vida a su lado.
Aurelio era un libro abierto, modesto, reflexivo, provocador, evocador, educado, sincero, honesto y agradecido. A mi hijo lo trataba como a un viejo, lo aleccionaba con mano izquierda, lo instruía con disimulado interés. Cada vez que venía a casa le traía un nuevo libro de animales y una enorme y franca sonrisa.A Berta, mi mujer, siempre la retaba con algún rompecabezas matemático ( me consta que la tenía en muy alta estima) y ella le solía corresponder con una acertada respuesta que siempre le satisfacía y llenaba de admiración.
Lo perdimos no hace mucho. Poco antes de marcharse nos invitó a un acto de homenaje que coincidió con la publicación de sus memorias ("Aurelio Pérez, el Naturalista", de libros Clan). Allí, aplaudimos y nos emocionamos cientos de amigos de la naturaleza de todo el país. Desde Mario Camus a Joaquín Araújo, Luis Miguel Domínguez, Ricardo Medem y muchos otros anónimos acudimos a arropar a nuestro querido amigo y maestro al que intuíamos ya en franca retirada.
La última vez que hablé con él me dijo "Todavía estoy vivo", a lo que yo le contesté que nunca dejaría de estarlo, pues parte de él vivirá en nosotros para siempre. Cada vez que evoquemos al gran águila real despeñando espectacularmente a un cabrito, a Doña Aldonza, el halcón peregrino en vuelo de picado tras los azulones o al último lince saltando desde una tronca perdida de la sierra, estaremos sintiendo el alma de Aurelio que trabajó y sufrió como muy pocos saben para que pudiéramos conocer mejor y aprender a respetar a los seres vivos que nos rodean.
Podría contar mucho y bueno de este gran maestro, pues tengo bastantes cartas personales y decenas de conversaciones sobre la vida y la naturaleza, pero me conformo con haberos hablado un poquito de este enorme aunque humilde naturalista que tanta influencia ha tenido en mi vida. Os recomendaría leer sus memorias, no tienen desperdicio (el prologo que hizo en mi libro "Cetrería, la caza con aves de presa" es otra pequeña joya que guardo con mucho orgullo). Ojalá le hubiéseis conocido, al menos que estas líneas os hagan llegar un poco de lo que fue y de lo mucho que hizo por la naturaleza en la España del siglo pasado. Seguro que ahora mismo estará trotando con sus lobos, sus halcones o sus águilas por alguna celeste paramera, que es lo que más le gustaba y lo que espero que Dios le haya concedido.
Por Andres López
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