A principios del
mes de julio se leía en los periódicos locales que se había encontrado un hacha
del Homo
heidelbergensis de 300.000 años de antigüedad, en un municipio de los
Picos de Europa (Asturias), lo que indica que el hombre ya estaba dejando su
impronta en el paisaje como cazador-recolector. Pasarán miles de años y este
entorno irá adaptándose a su uso cazador y pastoril.
Los antiguos
pobladores de Asturias y concretamente de los Picos de Europa organizaban y
gestionaban la montaña de una manera sostenible, avalada por miles de años de
uso, que no solo servía para que perdurara todo el ecosistema sino que además
conformó los límites de los municipios del lugar, hasta su conversión en Parque
Nacional.
Observando el
paisaje actual y el que nos habían legado estos pastores, se ve la imperiosa
necesidad de replantearse las teorías de la conservación que desde hace un
siglo siguen inamovibles pero que con el paso del tiempo vemos los fallos de
dicho planteamiento.
El primer Parque
Nacional tenía las características paisajísticas que durante siglos le habían
conformado los pastores del lugar. Incluso los concejos (municipios asturianos)
tienen la forma que les permiten ir de los pastos de invierno a los pastos de
verano, de las zonas bajas a las zonas altas.
Estos pastores no
solo modelaron el paisaje sino que además conformaron la forma de su
territorio, según las necesidades naturales de sus rebaños.
Lo que hace a este territorio tan llamativo,
bucólico, romántico… (y a Asturias en general) son sus prados alrededor de las
aldeas, para segar su hierba en verano y tener comida invernal para sus
animales. A continuación de dichos prados los bosques de castaños u otro árbol
maderable para la construcción de las viviendas, cuadras, aperos y utensilios
varios. Por encima de estos bosques se encuentran los pastos de verano
salpicado de cuadras y pequeñas construcciones que conservan un sabor antiquísimo.
Son pequeñas islas
en medio de grandes bosques, con la teoría de la conservación que 100 años
después aún se estudia con fervor casi religioso, todo este paisaje está
desapareciendo o ha desaparecido. El bosque lo está devorando todo, nos hemos
olvidado de que el hombre es parte de la naturaleza, pretendemos hacer creer
que el lugar natural del hombre es la ciudad y la naturaleza es ese lugar que
visitamos algún fin de semana.
Estamos pagando ese
error. Ese paisaje tan llamativo no existe pues construcciones, sendas, caminos
han desaparecido bajo los matorrales. Los pastos altos alimentaban a los herbívoros
salvajes pero al desaparecer estos animales tienen que bajar a las casas para
poder alimentarse. Animales como el oso están en clara desventaja por el exceso
de matorrales que solo beneficia al jabalí.
En fin que el
hombre durante estos últimos milenios ha configurado un paisaje el cual contaba
con un grupo faunístico y botánico, pero no solo contaba con eso, y aquí es
donde fallan todas esas teorías medioambientales, también cuenta con la cultura
de un pueblo. Los cuentos que narraba la
abuela a los niños, los mitos, las costumbres, la gastronomía, las fiestas,
todo esto conforma un paisaje. No solo el roble y el lobo, también el muérdago
mágico-religioso y los espíritus nocturnos invernales del bosque, las bellotas
comestibles y el ganado doméstico.
Es hora de que al
mirar un paisaje no extirpemos al hombre de él ya que es parte imprescindible
para entender lo que vemos en la actualidad.
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