Resulta curioso lo que se aprende
conversando con las gentes del campo, aunque algunas ya se hallan instalado
“cómodamente” en las grandes ciudades de nuestro país, lo cierto es que siempre
curioso de conocer historias y anécdotas de nuestra fauna a veces te quedas
sorprendido de algunos relatos. Curiosamente esto fue lo que me ocurrió hace
unos días, mayúscula fue mi sorpresa cuando un viejo conocido que reside en
Madrid y criado en cierto pueblo de la zona de los Montes de Toledo me comentó,
que sabia de ciertos lugareños que, movidos por la “crisis” habían acudido a la
vieja práctica de acudir a los nidos de las grandes águilas a robar las presas
(conejos y liebres) que estas hermosas y esforzadas rapaces capturaban para sus
polluelos, curiosa anécdota, si esta fuera un relato de los años de post-guerra
civil y no un hecho que acontece en nuestros tiempos, lógicamente declinó
decirme quienes y donde realizaban estos “hurtos” de conejos, por temor a que
los pusiese en conocimiento de las autoridades competentes.
Lo curioso es que no hace mucho tiempo un paisano de
Guadalajara, Cipriano, ya muy mayor me relataba cómo su padre le bajaba cuando
era un rapazuelo en una cesta de mimbre atada con una cuerda hasta los nidos de
las águilas reales en altos farallones rocosos de la Alcarria, eran tiempos
difíciles acabada la contienda que desgarró España durante la segunda mitad de
los años treinta del pasado siglo, y sobre todo la hambruna posterior.
El autor hace unos años tomando datos y anillando águila real. |
Los territorios de cría de las grandes águilas reales se transmiten desde la
noche de los tiempos de generación en generación, en España se ha constatado la
ocupación de algunos por más de 50 años, cuando en algunas zonas los lugareños
acudían, en esta época de hambruna de la post-guerra, a los secretos nidos de
las águilas para comerse los conejos, liebres y otras presas capturadas. Este
extremo lo pude constatar en provincias cómo Cuenca, Toledo, Guadalajara,
Cáceres y Ciudad Real, recogiendo los testimonios directos de este ingenioso, o
al menos ocurrente, sistema para hacerse con las viandas cazadas por las
águilas. Los pastores y paisanos accedían a los nidos a veces con cacerolas de
hojalata, a guisa de casco, para evitar “ataques” de la rapaz. Utilizaban sogas
de esparto y muchas veces eran muy crueles con los aguiluchos, ya que les
echaba el “frenillo”, que consiste en atar con una cuerda sus picos e
introduciéndoles un palo transversal para evitar que comiesen, no se ahogasen y
emitiesen reclamos pidiendo alimento a sus progenitores; o bien siendo aún más
drásticos cosiéndoles la cloaca, y de esa forma no comían, pero morían en poco
tiempo y tras un gran sufrimiento, reventados. Otros relatos cuentan cómo
algunos lugareños algo más sensibles permitían, un día sí y otro no, desatando
el pico del infeliz animal, que comiese y con ello garantizar el suministro de
comida de los padres al nido.
Cuaderno de campo del autor |
Son muchas las historias que cuentan los curtidos pastores de las sierras,
viejos guardas, cazadores de pueblo, lugareños,… , esos hombres que siempre han
tenido contacto con nuestra naturaleza (y que junto con los naturalistas de
campo están en peligro de extinción) y los pocos que todavía quedan, son los
que mejor la conocen, a pesar de que a veces mezclan la fantasía con la
realidad, así escuchamos relatos increíbles y inverisímiles de águilas
transportando un chivo en cada pata, y a veces uno más en el pico, o aquellas
águilas que portando piedras en las patas trata de hacer salir los conejos de
los matorrales donde se agazapan y que casi descalabran a algún cabrero
distraído, de cualquier forma vemos hasta que punto estos bellos y magníficos
animales forman parte de la cultura, de las tradiciones y la vida de nuestras
tierras.
Y es que debo reconocer, que junto con los mamíferos depredadores, las aves de
presa y especialmente el águila real a la que he dedicado varios centenares de
horas de estudio y observación me resulta un ave fascinante y admirable.
Aún recuerdo uno de esas decenas de pollos de rapaces que reintroducimos en
nidos para ser adoptados, y especialmente un polluelo de águila real que venía
de un expolio de un lugareño de Toledo, ya muy crecido y difícil de encontrarle
un nido salvaje con un solo pollo, ya que las águilas sacan sólo dos, de la
misma edad y en una zona con abundante alimento, para que el aguilucho pudiera
ser reintroducido, aunque al final lo conseguimos.
Águila Real de vuelta al nido con Pitanza |
Así, una calurosa mañana del la segunda mitad del mes de junio, me encontraba
junto a Mario Álvarez, aguantando estoicamente el implacable sol de los
estiajes mediterráneos en el interior de una incómoda, estrecha y raída
tienda de lona verde, esta nos servia de inmejorable observatorio para
contemplar sorprendidos y aburridos por la larga y tediosa espera y la infinita
paciencia de los aguiluchos (el de la pareja y el “hermanastro” que habíamos
reintroducido), que este caso contenía el enorme cubil en un enorme risco
calizo de la reina indiscutible de las aves: el águila real. El monótono canto
de la abubilla se repetía sin cesar perdiéndose en la profundidad del boscoso
valle en esa silvestre España central.
No era la primera vez que realizábamos esta delicada operación, y estábamos
familiarizados con todas las precauciones que debíamos tomar, ya que por otro
lado conocíamos perfectamente el comportamiento de este monarca del espacio.
Así. Al amanecer y tras un arriesgado descenso, con un buen equipo de escalada,
hasta el secreto nido, después de visitar más de diez, seleccionado y
localizado, depositamos al polluelo toledano expoliado por este inculto
lugareño que pretendía ganar “unas perras” con su venta, y después recuperado,
en su nuevo hogar.
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