Esta vez nuestro colaborador Paco González, del rincón de Paco (podéis visitar sus reflexiones sobre repobladores en la sección recursos nos ha dejado una continuación de la historia:
.... Aunque en un
principio cada uno tenía sus propias inquietudes individuales – Rafael el mundo animal, Ona los
vegetales y Abdel la geografía y la historia- poco a poco, casi sin darse
cuenta, fueron adquiriendo conocimientos no solo de sus propias aficiones,
también de las de sus amigos. La pasión que transmitían al descubrir o
identificar algo nuevo contagiaba a los demás lo que hizo que la afición del
otro acabase siendo también la suya propia.
Esto hizo que
fueran un grupo inseparable, al que con el tiempo se les uniría Covi, una chica
del pueblo de al lado que conocían desde la escuela, cuando los colegios de
ambos pueblos se juntaban para realizar excursiones didácticas.
Covi, como la
llamaban sus padres y amigos, es el diminutivo de Covadonga, aunque los chicos
y chicas de su edad la apodaban, de manera despectiva, la rumana. Tenía el pelo
rubio, los ojos azules y sus
padres habían llegado al pueblo a trabajar en los años de bonanza económica,
cuando venían emigrantes de los países del este, aunque Covi y su familia eran
del norte de España, de Asturias. Era muy niña cuando su familia salió de
Asturias pero todos los años iba una o dos semanas de vacaciones a casa de sus
abuelos paternos, siendo este el único enlace que tenía con esa tierra
asturiana, verde y sensual como sus praderas a la vez que dura y austera como
sus montañas. Relataba con todo detalle las historias de Cuélebres, Xanas y
Trasgus que le contaban sus abuelos, describía aquellos paisajes de tal manera
que conseguía que las mentes vieran el verdor de sus prados, a veces creían hasta
poder oler el aroma de sus flores, tal era el énfasis que ponía Covi al hablar
de su tierra soñada.
Tanto habían
escuchado hablar de aquellas tierras que un verano decidieron conocerlas y acordaron
ir a los Picos de Europa. Era la primera vez que iban a estar una semana ellos
solos, sin familiares ni profesores y eso hacía que la aventura fuese aún
mayor. Según se iba acercando el día de partida los nervios estaban a flor de
piel, reían por cualquier cosa, solo hablaban de lo bien que lo iban a pasar. Soñaban
con las cosas que verían, unas veces en silencio y otras veces lo compartían
con sus familiares y amigos.
Al fin llego el
día, cargaron las mochilas en el coche de Doña Remedios. Ona, que era unos
meses mayor que el resto del grupo, había sacado el carnet de conducir hacia
poco tiempo y aunque ya había llevado el coche hasta la capital de La Mancha,
Toledo, esta iba a ser su prueba de fuego. Nadie dudaba de Ona, ya que era muy
respetuosa con las normas de tráfico, pero su poca experiencia, la distancia y
sobre todo, las carreteras de montaña, hacía que a todos los padres se les
notara el nerviosismo en su rostro y sus gestos. Mientras se daban los besos de
despedida los padres les inundaban de consejos referentes a la carretera y a
las montañas, unos les decían que llamasen cuando llegaran, otros que llamasen
todos los días, hasta que los cuatro se metieron en el coche. Agitando las
manos en señal de despedida oían a sus padres desearles que disfrutaran de las vacaciones. ...
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