La vía pecuaria en sí, es un elemento
cultural de primera magnitud, ya que la carga histórica que posee es grande.
Se trata, como es sabido, de centenarios caminos que han pervivido a muy
distintas circunstancias históricas y que coinciden, en no pocas ocasiones, con
el trazado de importantes ejes viarios prerromanos y romano - visigóticos.
Existen incluso, estudios que sostienen la existencia del fenómeno de la
trashumancia en períodos protohistóricos.
Además de
este valor histórico intrínseco, en ocasiones, los elementos constitutivos de
la vía pecuaria, o bien sobre los que se creó ésta, incrementan de forma
notable su valor.
Abrevaderos,
puentes, chozos de pastores, descansaderos, majadas, puertos reales, mojones,
ermitas mesteñas, casas de esquileo, lavaderos de lana, etc., son elementos
complementarios al Sistema de Vías Pecuarias que no deben perderse, y que
enriquecen a estos caminos. Asimismo, ligado a este sistema se ha desarrollado
una rica cultura pastoril que comprende, desde un lenguaje propio o una
gastronomía característica, hasta unas formas de vida y tradiciones artesanales
propias, que constituyen una parte importante de nuestro acervo cultural a
conservar.
Por cañadas
y cordeles no sólo viajan animales y personas, sino que les acompaña todo un
sistema de cultura propia, en movimiento permanente, capaz de unificar y
difundir sus características entre zonas alejadas entre sí del territorio
hispano. Hemos de subrayar el importante papel que han cumplido las vías
pecuarias como arterias por donde han fluido tradiciones, costumbres, formas de
habla, canciones, bailes y otras manifestaciones folclóricas que han ido y
venido de unas regiones a otras, teniendo como portadores a los ganaderos trashumantes.
La trashumancia ha contribuido de manera fundamental
a modelar las formas de vida y cultura de muchas comunidades españolas,
especialmente las de aquellas que se han encontrado fuertemente vinculadas al
fenómeno de las migraciones pecuarias, bien como tierras de recepción de
rebaños (Extremadura, La Mancha o Andalucía), bien como pueblos de probada
vocación cañariega, como los serranos de La Rioja, León o Castilla.
Ciertas uniformidades en el campo de la cultura no
deben considerarse como simples coincidencias casuales, sino como el fruto de una
secular historia de intercambios socioculturales habidos entre las comunidades
pastoriles. En las dehesas de invernada conviven durante seis o más meses al
año, ganaderos de las más variadas procedencias geográficas.
De este trato prolongado han surgido unas relaciones
profundas y afectivas que facilitaban la intercomunicación abierta entre
formas de vida y cultura diferentes, pero en contacto, que acaban influyéndose
mutuamente, compenetrándose y amalgamándose de tal modo que se ha perdido la
noción de su origen inicial.
La relativa homogeneidad del estilo de vida pastoril
ha borrado los perfiles genuinos de muchas formas de cultura compartidas por
las regiones ganaderas. Una misma canción de temática pastoril puede
escucharse, con ligerísimas variantes locales, en puntos muy distantes de la
Península, sin que pueda, en ocasiones, dilucidarse su primitivo origen
cántabro, extremeño, astur, leonés, riojano o soriano.
La pastoril es una cultura con señas de identidad
propias, conservadas hasta el presente. El grupo pastoril ha sido el transmisor
de una cultura milenaria que se remonta al Paleolítico en algunos aspectos. Una
cultura, la pastoril, que se halla en la raíz de la idiosincrasia de muchos
pueblos hispanos, a pesar de que apenas se perciba hoy el primitivo origen
ganadero de muchas tradiciones y manifestaciones folclóricas por haber sido
asumidas tan tempranamente por el acervo cultural de muchas de esas comunidades
regionales.
Santiago Bayón Vera
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