miércoles, 31 de julio de 2013

El pastoreo, un compromiso sincero con el paisaje de Picos de Europa

A principios del mes de julio se leía en los periódicos locales que se había encontrado un hacha del Homo heidelbergensis de 300.000 años de antigüedad, en un municipio de los Picos de Europa (Asturias), lo que indica que el hombre ya estaba dejando su impronta en el paisaje como cazador-recolector. Pasarán miles de años y este entorno irá adaptándose a su uso cazador y pastoril.

Los antiguos pobladores de Asturias y concretamente de los Picos de Europa organizaban y gestionaban la montaña de una manera sostenible, avalada por miles de años de uso, que no solo servía para que perdurara todo el ecosistema sino que además conformó los límites de los municipios del lugar, hasta su conversión en Parque Nacional.

Observando el paisaje actual y el que nos habían legado estos pastores, se ve la imperiosa necesidad de replantearse las teorías de la conservación que desde hace un siglo siguen inamovibles pero que con el paso del tiempo vemos los fallos de dicho planteamiento.

El primer Parque Nacional tenía las características paisajísticas que durante siglos le habían conformado los pastores del lugar. Incluso los concejos (municipios asturianos) tienen la forma que les permiten ir de los pastos de invierno a los pastos de verano, de las zonas bajas a las zonas altas.


Estos pastores no solo modelaron el paisaje sino que además conformaron la forma de su territorio, según las necesidades naturales de sus rebaños.

Lo que hace a este territorio tan llamativo, bucólico, romántico… (y a Asturias en general) son sus prados alrededor de las aldeas, para segar su hierba en verano y tener comida invernal para sus animales. A continuación de dichos prados los bosques de castaños u otro árbol maderable para la construcción de las viviendas, cuadras, aperos y utensilios varios. Por encima de estos bosques se encuentran los pastos de verano salpicado de cuadras y pequeñas construcciones que conservan un sabor antiquísimo.

Son pequeñas islas en medio de grandes bosques, con la teoría de la conservación que 100 años después aún se estudia con fervor casi religioso, todo este paisaje está desapareciendo o ha desaparecido. El bosque lo está devorando todo, nos hemos olvidado de que el hombre es parte de la naturaleza, pretendemos hacer creer que el lugar natural del hombre es la ciudad y la naturaleza es ese lugar que visitamos algún fin de semana.

Estamos pagando ese error. Ese paisaje tan llamativo no existe pues construcciones, sendas, caminos han desaparecido bajo los matorrales. Los pastos altos alimentaban a los herbívoros salvajes pero al desaparecer estos animales tienen que bajar a las casas para poder alimentarse. Animales como el oso están en clara desventaja por el exceso de matorrales que solo beneficia al jabalí.

En fin que el hombre durante estos últimos milenios ha configurado un paisaje el cual contaba con un grupo faunístico y botánico, pero no solo contaba con eso, y aquí es donde fallan todas esas teorías medioambientales, también cuenta con la cultura de un pueblo. Los cuentos que narraba la abuela a los niños, los mitos, las costumbres, la gastronomía, las fiestas, todo esto conforma un paisaje. No solo el roble y el lobo, también el muérdago mágico-religioso y los espíritus nocturnos invernales del bosque, las bellotas comestibles y el ganado doméstico.


Es hora de que al mirar un paisaje no extirpemos al hombre de él ya que es parte imprescindible para entender lo que vemos en la actualidad.

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