El
tiempo invita a darnos una escapada por el monte. Me he levantado a las 10:00
de la mañana con ganas de subir hasta las Minas de Amezketa. Es la primera vez
que voy y siento que va a ser una experiencia muy agradable. No me imagino como
será aquello, ni lo que me voy a encontrar por el camino, y esto todavía me
gusta más. Cojo el coche y me dirijo a Amezketa, allí pregunto en el primer bar
que encuentro, como se va a minas. La etxekoandre no lo sabe pero acaba de
entrar un hombre con su hijo y me dice así: “pasas la iglesia por la izquierda
y la segunda a la derecha, ahí es. Fijate que en la seña ponga Aralar”.
Perfecto,
creo que lo he entendido bien. Asi que ahí voy, efectivamente, veo el cartel de
Aralar y me meto. Llego a un caserío y ahí pierdo la pista, me paro pero no hay
nadie en él, así que por intuición sigo un camino por la derecha de dicho
caserío y llego a un cruce donde hay algunos coches aparcados a los lados. Me
paro y aparco. Veo un cartel señalizando las minas, bien! Oigo un ruido. Son
unas motos de monte; le hago una señal para que se pare y le pregunto si voy a
minas por aquí y me dice que sí, le doi las gracias y empiezo a caminar.
Señal que dirige hacia las minas (hacia la izquierda) |
Desde
los primeros pasos “huele” a minas, unos gruesos cables utilizados para cargar
con los minerales me dicen que voy en buena dirección. Es una caminata
agradable hasta que llego a un cruce. Se ve un camino cementado que viene de
abajo, y justo más abajo un parking. Podría haber aparcado ahí y haberme
quitado una buena caminata pero no hubiera visto los cables. Un poco más
adelante veo un puente (ya me lo dijo el motorista) y lo atravieso. Ahora ya no
tengo pérdida, todo es subir.
A mi izquierda diviso un lugar de anidamiento de Buitres Leonados. Poco a poco voy cogiendo altura y el paisaje coge visos de ser espectacular.
Buitre Leonado antes de comenzar el vuelo |
Pared de nidada del Buitre, vista desde el camino |
El
camino es empinado en todo el recorrido, la pendiente es notable y es
recomendable que el paso sea lento. Al principio la espesura forestal no me
deja ver el paisaje, pero al poco rato empiezo a ver alguna cumbre a cierta
distancia y con ello los primeros cables aereos junto con sus torres.
Vagón oxidado |
Torreta que guía el cableado |
A
mi derecha y acompañandome en todo el recorrido, la regata de Arritzaga, con
sus aguas limpias y verdosas.
Me estoy acercando, un pequeño giro y puedo ver las minas.
Cargadero |
De las bocaminas situadas en la parte superior, llegaba el mineral al cargadero (imagen superior) en vagonetas, y de aquí bajaba a su vez hacia Amezketa mediante un sistema de cableado y poleas.
Lavadero del mineral |
Sistema de poleas |
Pascual Madoz en su Diccionario (1845-1850) dibuja el panorama industrial de la villa hasta mediados del siglo XX:
“ La industria cuenta con dos buenas
ferrerías; una fábrica de papel de estraza y varios molinos harineros; las
minas de cobre, que hasta el año 1794 se explotaban en su monte, ocupaban
muchos brazos destinados hoy al pastoreo”
Jesús
Elósegui Irazusta, en su minucioso estudio sobre las minas de Aralar, deja
patente la importancia de aquella empresa:
“ Arritzaga-ko mina ha sido una
interesante realización económico social, tanto más meritoria, por cuanto se
desarrollo en la zona alta de Guipúzcoa (por encima de los 800 m.s.n.m)
luchando constantemente con dificultades meteorológicas y naturales”.
Para
hacernos una idea de las dimensiones de las explotaciones mineras de Aralar,
bástenos subrayar que disponía de capilla, dos tabernas y hasta de cirujano. El
sacerdote Joachim de Armendáriz a mediados del siglo XVIII fue el responsable
de la salud espiritual de los mineros. A su cargo estaba la capilla de Santa
Rosa. Las minas contaban asimismo con los servicios de un cirujano. Este
término no tiene en el presente el mismo significado que en el siglo XVII y
XVIII. Eran los antiguos practicantes. Carecían del nivel de los médicos, pero hacían
de todo: curar heridas, asistir en los partos, practicar la cirugía menor,
realizar sangrías…Suplían al médico titular cuando el caso lo requería. Además,
estaban obligados a tener una barbería y de rasurar gratis. Una ley de 1857
suprimió la enseñanza de la cirugía. Con la desaparición del cirujano surge la
figura del practicante.
En
la segunda mitad del siglo XVIII estaba extendida la fama de las minas de
Arritzaga. En su libro Diario de viaje a España: 1799-1800 Wilhelm Freicher von
Humboldt, lingüista y político prusiano, dice:
“Próximamente a mitad de camino hay un
monte alto (parece que está refiriéndose a Descarga) sobre el que zigzaguea la
muy hermosa calzada. Desde la altura superior se ven detrás y delante bellos
montes; hacia atrás la cordillera Lar en la que en Ralleras hay ricas minas de
cobre”.
Parece
que en esta cita Lar equivale a Aralar y Ralleras Humboldt se refiere a
Arritzaga.
El
mayor esfuerzo para la explotación minera fue realizado por el vizcaíno Juan
Tomás Rentaría y Achabal, nacido en Elantxobe en 1863. Aunque capitán de
marina, como habían sido sus antepasados en nueve generaciones, tenía una
manifiesta pasión por la minería. Adquirió, en compañía de otros socios los
derechos de explotación a finales del S.XIX. También desplegó actividad en
Zamora, Almería, Aragón, Baranbio (Araba), etc. Pero él estaba esperanzado con
Aralar y compró las acciones de sus socios. Más tarde,la explotación recaerá
sobre su hijo.
Presencia alemana
Con
motivo de la última Guerra Civil (1936-1939) Hitler ofreció mucha ayuda al
general Franco (aviones, armas, munición…), pero no fue ayuda desinteresada.
Hitler deseaba contar con materiales como hierro, pirita, wolframio, cobre,
etc. Los alemanes vinieron a ver la mina in-situ y después de hacer algunas
prospecciones dijeron que lo dejaban por sus pobres resultados. En 1938 un tal
Jáuregui, de Alegría, dueño de una explotación minera de plomo en Legorreta
dice lo siguiente:
-
“No les
creas nada. Puedo garantizarte que han cortado el filón en una buena potencia.
Sé de buena tinta, puesto que uno de mis ayudantes ha colaborado con los dos
técnicos alemanes”
Nuevos intentos
La
vuelta a la actividad en los cincuenta supuso una pequeña revolución económica
en Amezketa. Algunos jóvenes obtuvieron trabajo, el comercio se animó, algunas
familias se encargaron del transporte de género al monte…La mayoría de los
trabajadores eran gente proveniente de otras latitudes, especialmente de origen
gallego. Todos ellos aprendieron las nociones básicas del euskera, pero pocos
pasaron del “neska polita” (chica bonita) o “etorri etorri” (ven ven).
Margarita de Goñi, que durante un tiempo se encargó de subir al monte
suministros para la despensa de la mina, suele afirmar que muchos de los
mineros aumentaron de peso y cambiaron de color.
Hubo
varios intentos que los propios amezketarras llevaron a cabo en la busqueda de
mineral en Aralar. Agunos de ellos veían en no pocos puntos fragmentos de
plomo. Así pués, un ingeniero les concedió autorización para iniciar los
trabajos de explotación y contaban también con permisos para disponer de
munición. Los resultados nunca estuvieron a la altura de las ilusiones y sus
instrumentos una espoleta, un martillo y poco más. A los tres meses de duro
trabajo y apenas fruto decidieron poner punto final a su aventura.
En
Honor a la verdad era fácil recoger muestras de mineral por doquier, hasta el
punto que en una ocasión llamaron a un benedictino de Lazkano que tenía poderes
especiales para vaticinar dónde había mineral o no. Su investigación se llevó a
cabo en las proximidades de Unanbide. Sacó su reloj de bolsillo, y fue
recorriendo algunos puntos de la pradera. En uno de ellos el reloj empezó a
moverse. Dijo el benedictino:
-
¡Aquí
hay mineral!
El
terreno no era el más apropiado para lanzar una afirmación de tal calibre. No
había a la vista ninguna roca sino una capa de buena tierra. Bartolomé
Etxeberria (uno de los dos amezketarras que intentaron buscar mineral sin
resultado), que estaba presenciando aquellas peripecias, escéptico ante la capacidad
del religioso, no paraba de decir:
-
Sí, el
reloj se mueve por la acción del fraile. El movimiento lo provoca él mismo.
Días
más tarde, pudieron comprobar que, en efecto, había mineral de plomo allá donde
el religioso había vaticinado su existencia.
Bibliografía: Libro "Amezketa: largo y tortuoso camino", de Jose María Otermin.
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