De los poblados íberos se han encontrado muchos y variados ejemplos de cultura material y yacimientos, que permiten reconstruir con bastante detalle su modo de vida.
Se trataba de una cultura mayoritariamente agrícola, cuyos excedentes se dedicaban a dos fines: la producción de artesanía y el comercio con otros pueblos.
La agricultura que se practica es la de secano, siendo los cultivos fundamentales el cereal, el olivo y la vid, así como las leguminosas (garbanzos, guisantes, habas y lentejas). Y por otra parte, se conocen diversas especies frutales, entre las cuales destaca el manzano, el granado y la higuera.
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Respecto a la ganadería, no parece haber tenido un papel predominante, salvo quizá en regiones específicas, limitándose al papel habitual complementario de la agricultura. Sí es necesario señalar la importancia de ciertas especies como el caballo, utilizado en la caza y la guerra y probablemente símbolo de determinado estatus social en cuanto que da acceso a estas actividades. También debió tenerse en gran estima al buey, y de la abundancia de ganado bovino nos hablan las frecuentes menciones del sagum o manto de lana ibérico en las fuentes romanas.
Por la gran cantidad de cerámicas y enseres de producción textil que han sido hallados con frecuencia en los ajuares, se evidencia que una de sus actividades principales era la artesanía, puesto que en los yacimientos se han encontrado estructuras, que han sido identificadas como hornos para cocer la cerámica, lo que apunta a una producción a gran escala.
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Los vasos decorados con motivos geométricos constituyen la clase más corriente de la cerámica. Los vasos decorados se agrupan en dos estilos pictóricos bien diferenciados. En estas producciones de prestigio, realizadas en su mayoría por encargo, destaca el papel del pintor especializado frente al alfarero. Esta división del trabajo entre pintores y ceramistas confirma que se está ante una sociedad jerarquizada donde artistas o talleres trabajan para las clases altas urbanas.
La cerámica de cocina se componía de recipientes destinados esencialmente a uso culinario, encontramos las ollas tanto grandes como medianas, las cazuelas, las tapaderas, los toneles, etc.
La escultura, además de su valor estético, es prácticamente la única fuente para aproximarnos a su aspecto físico. Las figuras, en un principio, son representadas frontalmente, siendo rígidas, simétricas y carentes de animación pero con una gran expresividad.
Las piezas de hierro se pueden agrupar según su funcionalidad: las relacionadas con el armamento, entre las que destacan las falcatas, las puntas de lanza, empuñaduras de escudos, etc. Las que corresponde a las diferentes actividades agrícolas, artesanales y domésticas, como azadas, legones, picos, hoces, sierras, martillos, agujas, punzones, cuchillos, etc., y finalmente las piezas que se podrían clasificar como elementos propios de tareas de construcción y carpintería, como son los clavos, remaches, anillas, etc.
En plomo han aparecido láminas escritas que muestran la complejidad de la sociedad ibérica. Son planchas muy finas, que suelen aparecer enrolladas, escritas por ambas caras.
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Los iberos eran unos grandes orfebres, han aparecido restos arqueológicos, como vajillas de plata, anillos, cadenas o collares, pendientes, brazaletes, vainas de puñales, etc…
El vestido se conoce sobre todo a través de la escultura y la cerámica. La mujer llevaba enaguas y túnicas largas superpuestas y ribeteadas con cenefas, un manto largo de gruesa tela, generalmente de dolo púrpura, y babuchas de cuero. En sus atuendos más solemnes cubría la cabeza con complejos tocados formados por velos, cofias, altas mitras o diademas y se adornaba con collares de colgantes, pendientes, pulseras y anillos.
El hombre vestía con calzón y túnica corta ceñida a la cintura y un manto largo que se llevaba dejando el brazo derecho libre y sujeto al hombro con una fíbula. Podían llevar pendientes, sortijas y brazaletes.
Los íberos realizaban tratos comerciales con todo el mediterráneo occidental, la aparición de la moneda a mediados del siglo III a.C. fue uno de los fenómenos decisivos más importantes que facilitó las transacciones.
El comercio se realizaba a través de rutas comerciales por las que discurrió el tráfico comercial de la época. En el siglo VI a.C. ya está atestiguada la obtención de excedentes con destino a su comercialización.
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