sábado, 11 de octubre de 2014

Diario de un peregrino 4: Adiós

Zubiri-Pamplona-Puente la Reina (2 etapas)

Despertamos tras el fuerte rugido del león. El circo Malone instalado a nuestra vera ha aumentado considerablemente el listado de fauna avistada que, aunque exótica, cuenta.
Cruzamos de nuevo el puente de la Rabia y vuelvo la vista atrás a modo de despedida, agradeciendo la hospitalidad recibida.


A pocos kilómetros una densa bruma matutina oculta la dantesca estampa de la empresa minera Magna. El zumbido cansino y constante de su actividad engulle los mugidos de las vacas, el piar de los pájaros y hasta la pisada de mis botas. Al vadear sus enormes montones del gris mineral, un panel nos desea el Buen Camino como avergonzados por quebrantar nuestra tranquilidad con su necesaria función.


De nuevo nos adentramos en el bosque. Hasta un total de 3 ardillas nos deleitan con su dominio absoluto de los brincos entre el ramaje. Otro regalo de la naturaleza.


Siguiendo la interacción con otros peregrinos, disponemos varios rovellones cortados junto al camino, indicando además con flechas la dirección dónde hay más, para que los encuentren unas valencianas que el día anterior fueron incapaces de hacer tan sólo uno, reprochándonos haber acabado con todos los del bosque. Son nuestras amigas de hoy.


La lluvia arrecia. Las gotas resbalan en fila india por nuestras vestimentas empapadas, pero el día es grande y maravilloso. La lluvia es limpia y pura y el entorno inigualable e inimaginable, imposible describir la amplia sensación de libertad, por fin entiendo "cantando bajo la lluvia". 


En cierto momento recibo una llamada. Con la cabeza en otra parte, poco a poco me distancio de mis amigos de Camino, Albert y Pol, y cuando vuelvo la mirada atrás ja no los diviso en el firmamento. No recuerdo cual fue la última palabra o mirada que les dediqué, pero lo bien cierto es que tal vez jamás los vuelva a ver. Se hace dura la despedida, aunque no la hubiere, en ocasiones las direcciones se separan y aunque el camino en solitario sea más duro me permitirá permanecer con los ojos más abiertos al mundo. Ni una lágrima ni un lamento, del recuerdo de mis amigos sólo podrá separarme una embolia, no pierdo nada porque nada tenía, solo he ganado.


Sigue el aguacero, constante, repica sobre mi capucha cual conciencia incansable que resuena en la cabeza, arrastrada en el tiempo y que no eres capaz de desoír. Aún así, lo único cierto es que tarde o temprano amainará.


Llego en solitario a la histórica capital navarra. Pamplona ofrece mucho y de calidad. Su espectacular casco antiguo rezuma vitalidad en cada calle en las que cientos de paraguas van y vienen, conversan, se saludan y siguen su camino. Por la archi popular Calle Estafeta, el ayuntamiento, la plaza Mayor, el monumento a San Fermín, la Ciudadela y hasta el horno Beatriz son estandarte de su cultura e historia. Pero el bullicio empieza a adormecer mis sentidos, la coraza vuelve a aflorar temeroso de lo desconocido. Señores de corbata en sus despachos me miran al pasar deambulando bajo la lluvia con su altiva mirada y seguros del que el que está en el escaparate soy yo. El intenso tráfico me aparta del Camino y sin un segundo de Paz decido proseguir el viaje en busca de mi lugar de hoy.
Tras los 23km ya realizados, mi objetivo es comer placenteramente en un lugar apartado.
 Es justo en este sobre esfuerzo cuando deja de llover y asoma temeroso nuestro astro rey. La magia del karma?

Corren los kilómetros que se acumulan en mi maltrecho físico. La pendiente se intensifica para saltar sobre el alto del Perdón. De nuevo planea sobre mí la idea de rendirme, detenerme y no seguir avanzando...

Las piernas se han rendido ya
pero confiesan que me llevaran dónde les ordene.
La cabeza, cautelosa, implora descanso,
pero el Alma pide paso al cuerpo
y el corazón obedece.

Prosigo mi Camino.

Tras el merecido descanso en el soportal de la iglesia de Zariquiegui, el sol ha secado mi equipación, un regalo más del cielo. En la posada de dicha localidad me encuentro con quién fue mi luz y guía en la primera etapa. La alegría al encontrarnos es evidente en ambos, aunque solo es una mirada, ni una sola palabra, cada cual con su idioma no necesitamos nada más para sentir.


Tras la escueta comida, el Camino se empeña en sacar todo de mí ofreciéndome un nuevo reto, el alto del Perdón. Paso a paso, sin prisa pero sin pausa, no resulta difícil cuando no concibes otra opción. 


Ya en el propio alto, la panorámica es inmensa. En la lejanía Pamplona ha quedado sumida en su caos. En la cresta un mural metálico en honor al peregrino, instalado por el parque eólico que ahora dibuja el horizonte, en su paupérrimo intento por compensar el daño visual. Junto a éste, Elias, agricultor de avanzada edad, de mirada bondadosa y con horas de conocimiento que compartir. Amablemente me muestra uno a uno todos los pueblos del valle, me adoctrina sobre sus cultivos y comparte su particular visión de la vida. Enamorado de su tierra, ha subido desde el pequeñísimo pueblo de Adiós para contemplar su amado valle y seguramente sin saberlo, para compartirlo conmigo. Es mi abuelo del Camino de hoy. Le pido una fotografía conmigo y le explico el motivo del blog. Entusiasmados, nos despedimos a sabiendas que no nos volveremos a ver jamás. Ha sido un placer Elias. Una vez más, Adiós.


Por fin el ansiado descenso de poco menos de 10km hasta Puente la Reina. Justo en este momento en que el cuerpo se ha visto liberado de la presión, una melancolía irracional ataca mi ser apesadumbrándome ante la visión de mí mismo despojado de las cosas buenas de mi vida. Miedos irreales a situaciones que posiblemente jamás ocurran.
Solo me queda caminar mientras el sol muere en lo mas hondo de este apacible valle que hoy he podido descubrir. El vuelo rasante de median docena de perdices y las alegres bandadas de jilgueros aportan el movimiento a la estampa. Entrando a la ciudad pienso medito que mientras el sol siga muriendo cada tarde siempre podrá venir un día mejor.

El Camino sin sufrimiento no es un Camino, es un paseo.

Más Amor, por favor.

Solamente llevando el cuerpo y la mente al extremo se ríe y llora de verdad.

.Jose Alemany

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