LOS PASTORES
Existían dos tipos de pastores; los que ejercían este trabajo para todo un pueblo, siendo remunerados por ello, y los que tenían ganado propio.
Dentro de los que ejercían este trabajo el servicio de los demás, estaban los del ganado menor (ovejas y cabras) y los de ganado mayor (yeguas y vacas).
Mi padre y mi tío en la sierra dándoles pan a las yeguas |
Todos los pueblos tenían un pastor.
Se ajustaban por San Miguel y permanecían todo el año. Si un pastor hacía un cambio, solía ir a un pueblo cercano. Los vecinos iban a por el pastor y sus pertenencias con un carro de bueyes.
Antiguamente solo tenían fiesta el día de San Pedro. Para recoger el ganado y llevarlo al monte, el pastor tocaba la campana, el cuerno o la corneta.
Nicolás Martínez de Lafuente Abecia, natural de Domaikia |
En los pueblos en los que había varios pastores, la gente conocía cada pastor por su toque peculiar.
Los pastores llevaban botas con tachuelas de cuero, zagones de piel de oveja, chaqueta de piel de oveja o cabra, gorro de piel, porra, cuerno etc. también portaban un zurrón de piel de oveja para transportar lo más imprescindible para su jornada: la comida, una navaja, un mechero, un pote de cuernos, bota de vino etc.
Los pastores disponían de bastantes conocimientos de veterinaria. Cuando a un animal se les rompía una pata, le colocaban unas tiras de madera en ella y les aplicaban pez. Si tenían unos bultos, les ponían un hierro ardiente.
Mi tío Guillermo, sigue ejerciendo el oficio de pastor |
En invierno subían y bajaban el ganado todos los días, en verano eran ellos los que subían y bajaban mientras que los animales se quedaban en la sierra. Si el pueblo se lo exigía se quedaban a dormir en la chabola del pueblo. No podían dañar a los animales con piedras palos o porras. Antiguamente los pastores utilizaban la porra elaborada con una vara de avellano con raíz, para apacentar el ganado.
Cuando paria una cabra, los pastores bajaban la cría el dueño, y éste le daba algún real.
Los pastores de cabras solían bajar los cabritos en unas alforjas utilizadas para la ocasión.
Conocían perfectamente todos los recovecos donde guarecerse en caso de mal tiempo. Para hacer fuego utilizaban la yesca, un hongo de los árboles previamente cocido y secado. También usaban los tradicionales líquenes de los árboles para ayudarse en su tarea de hacer fuego.
En ocasiones, y a pesar de ser unos excelentes conocedores de la sierra, los pastores podrían quedar totalmente desorientados. Trataban de orientarse por el viento, por el musgo de los árboles etc.
Un pastor de Kuartango aseguraba que lo mejor en estos casos, era tumbarse en el suelo unos minutos, no tardaría en localizar alguna pista que le hiciera saber su posición.
Vida austera; la vida del pastor era muy pobre, el hambre ha quedado en el recuerdo de muchos de los que ejerció en esta profesión. El pago por sus servicios lo realizaban los que poseían ganado.
Le pagaban en trigo.
Pastor de Badaia |
El pueblo le dejaba una casa, huerta y una pequeña finca. El pastor de cabras podía tomar toda la leche que quisiera hasta el mediodía, pero no almacenarla o bajarla a su casa. La leche de la tarde era para el dueño.
Cuando hacían pan, los vecinos solían darle una torta. También le solían regalar la ración o el presente cuando mataban al cerdo, al igual que al cura y al maestro.
Como su alimentación era escasa, recogía en la sierra todo aquello que pudieran ayudar a mejorar su dieta: setas, frutos, fresas silvestres, panales, pájaros, liebres etc.
EL PERRO
El perro ha sido un compañero fiel del pastor acompañando en el cuidado del ganado defendiendo lo de los agresores.
El lamento de un perro se ha tenido como un mal augurio, normalmente la muerte de alguien cercano.
Otra forma de premonición con el perro en Kuartango consistía en lo siguiente; Se cogía el perro y se le incitaba a pasar por encima del fuego del hogar, para ello se le ofrecía algún alimento que le gustase, pero nunca a la fuerza. Si el animal retrocedía todo estaba en orden, pero si el animal atravesaba el fuego, era mal augurio, la incredulidad se reflejaba en los rostros, pues era un signo inequívoco de que algo malo iba a ocurrir, bien en la casa propia o en el de algún vecino.
A partir de ese momento conjeturaban sobre donde se podría regar el mal agüero.
YEGUAS:
Los mayores recuerdan lo que suponía para ellos la llegada del invierno. Con las primeras nieves bajaban las vacas de la sierra a casa. Su llegada era signo equívoco de la presencia de la nieve.
Sin embargo, las yeguas no tenían esta capacidad para intuir el mal tiempo, por lo que tenían que subir a buscarlas a la sierra.
Una vez que caía la nevada, si faltaban las yeguas, todos los vecinos afectados se ponían en camino para localizarlas. Podían ser 8 o 10 los que tenían que enfrentarse al temporal, y se iban turnando entre ellos para abrir el camino, así, está agotadora tarea se repartiría entre todos.
Las yeguas se refugiaron debajo de algún árbol y allí trataban de sobrevivir a las inclemencias del mal tiempo, comiendo ramas o la poca hierba que podía dejar el descubierto con sus cascos.
No podían permitir el lujo de no rescatar a estos animales, ya que de lo contrario no tendrían con que trillar.
Ha sido frecuente que los dueños de ganado suban a la sierra de noche para verlo, sobre todo las yeguas. De noche, las vacas están tumbadas durmiendo, por lo que no suena sus cencerros, sin embargo, las yeguas están dormitando o pastando, por lo que se siguen oyendo sus cencerros.
Al subir de noche, sabían perfectamente su posición. Le tiraban un silbido y las yeguas acudían a por sal.
VACAS
Solían subir a ver las vacas los domingos, ya que entre semana tenían que trabajar en el campo.
Les llamaban y las vacas acudían corriendo a tomar la sal. Las yeguas no acudían tan rápidas.
Así relataban los lugareños los primeros días de los terneros: Es curioso como cuidan las vacas y los terneros en el monte. Los primeros días se ven las vacas con los terneros recién nacidos, pero, a los pocos días, las vacas están solas ¿Qué hacen con los terneros? Le empujan las madres a un lugar de arbustos y los dejan escondidos, en medio de ellos. La madre, de esta manera puede marchar a pastar cuando se ha alimentado y tiene la ubre llena de leche, regresa a por su cría, la brama, llamándole, y el ternero sale a mamar. De nuevo, empuja al ternero y este vuelve a su guarida vegetal.
A los bueyes y vacas que eran muy bravo les cortaba las puntas de los cuernos. En Sarria hubo una vaca que hacía correr a los mismos bueyes. En Domaikia había otra vaca que escarbaba y amenaza como los toros.
OVEJAS Y CABRAS
Para que las ovejas nacieran en la misma época, al macho se le colocaba un zamarro de cuero impidiéndole que pudiera dejar preñadas a las ovejas.
Evitaban que las ovejas caminaran en terrenos inundables, por considerarlos dañinos.
Una de las enfermeras de las ovejas y las cabras era la sarna.
Las cabras eran muy apreciadas por su producción de crías y por su leche, tanto para tomar como para elaborar quesos. No era infrecuente los partos dobles.
Durante la sementera, era habitual matar una cabra y guardarla en sal para conservarla.
Con el paso de los años, prohibieron subirlas al monte por los daños que ocasionaban en los brotes verdes.
CERDOS
Era frecuente que algunos vecinos llevaran cerdos al monte para que engordaran con las bellotas de encina. Los tenían un par de meses, el tiempo de la grana. En su estancia, también comían "obe"; pan de haya, pero era mejor la bellota de la encina. Para pernoctar, los dueños les hacían unas chabolas con ramas y césped. En el suelo les colocaban paja. En cada chabola cabían, unos 20 o 30 animales. Se refugiaban pronto en ella, a la tardecer, marchando al amanecer. A veces las cerdas se cruzaban con un jabalí, dando crías mezcladas. Se veían estos ejemplares en estado salvaje por el monte. Cuando llegó el tiempo de la peste, se prohibió su presencia en la sierra.
LA TEMIDA MOSCA
Los ganaderos temen a la mosca. Su picadura les hacía correr al ganado como enloquecidos, con el rabo levantado. Lo más peligroso eran los bueyes, cuando llevaban algún apero de labranza o el carro, no había manera de sujetarlos.
Afirman que la mosca es más pequeña que la abeja, de varios colores claros, con un largo aguijón.
No entraba a las cuadras, quizá por estar a oscuras y frescas. Decían los mayores que ponían sus huevos en las pezuñas de los bueyes y vacas, por lo que, si andaba la mosca, lo mejor era que los bueyes metiesen las patas en barro.
Quizás la costumbre que vemos en algunos animales en el monte dentro en los pozos, quedándose allí largo rato, sea para evitar la mosca.
PASTIZALES
Afirman los lugareños que, aunque esta sierra tiene poca hierba, sin embargo, es muy buena y nutritiva. De hecho, los animales engordan mucho y se les pone un pelo muy fino cuando están aquí.
TORMENTAS
Las tormentas, unas catástrofe para el labrador, pero también son peligrosas para el ganado.
Cuando tronaba decían que los ángeles estaban jugando a los bolos.
Lo más temido es el rayo.
Afirman en Kuartango que los pelos de las yeguas, al ser más largo, atraía a los rayos. En una ocasión fue un hombre de Mendoza, iba corriendo para no mojarse con la tormenta, le cayó un rayo y lo mató.
Los rayos no caen en el Espino de Albar ya que, según contaban en Kuartango, la Virgen y el niño Jesús se refugian debajo de uno de ellos. Si estaban en el monte cuando llega la tormenta, se refugiaban bajo el Espino de Albar.
LOBOS
A pesar de no contar con un corredor montañoso que facilitará la llegada de los lobos, su presencia en la sierra de Badaia ha sido continua a largo de la historia.
Es clara y evidente la llegada del lobo a esta sierra, al ver un comienzo de las obras ordenanzas de 1578. Para dar las batidas se reunían en Askegi. Con el objetivo de hacer una caza más eficaz, la sierra adquirió ballestas.
Para acabar con ellos, se ofrecían premios. En 1670 se pagaba 60 reales por dos lobos, en 1671, 250 reales por siete lobicos. En Badaia, para proteger a los ganados de noche, cada pueblo disponía de un amplio corral dentro de su propia jurisdicción, junto al monte comunal. Era una pared relativamente alta, cerrada con una puerta de madera. Se le dominaba corrales o cortes.
ZORROS
Los zorros han sido frecuentes en la sierra de Badaia, cuando un agricultor estaba labrando la finca cercana al monte, sobre todo si era de noche, veía como los zorros se movían tras él, capturando los ratones que sacaba del arado.
Cuentan en Nanclares de la Oca que los terneros, en sus primeros días de vida, pueden verse afectados por los zorros.
El zorro tiene fama de gran astucia. Según cuentan en Kuartango, para apresar a los corderos hace lo siguiente; se acerca hasta la cría, después una vez allí, ya que se le enfrentaría la madre, se tumba en el suelo haciéndose el muerto y va rodando hasta ellos. La oveja se asusta y sale corriendo, momento en el que el zorro captura al cordero y escapa con él.
ÁGUILAS
Hoy no podemos ver sino con admiración a estos seres vivos planeando sobre nuestros montes. Sin embargo, en tiempos pasados no ocurría lo mismo.
Las Águilas, dueñas absolutas de los altos cielos, planeaban buscando alimento sin distinguir entre lo que la naturaleza les ofrecía y lo que tenía dueño.
Una presa fácil en los corderitos que correteaban por los rebaños. Su pequeño volumen les convertía en una pieza codiciada para ellas y sus polluelos.
Al igual que el apresamiento de otros depredadores: lobos, zorros, tejones etc. la captura del águila era celebrada por los que vivían del ganado.
COMADREJAS
Se les acusaba de chupar la sangre a los pollos, gallinas, conejos y corderos.
También acechaban a las colmenas. En Montevite, incluso se afirma que pueden llegar a chupar la sangre de las personas cuando están dormidas.
Cuando se acerca una comadreja, la mejor forma de espantarla es quemando gomas o zapatos viejos. Normalmente el fuego se hace cerca de las casas, pero en algunos hogares de Zuia llegaban a quemar viejas albarcas dentro de la cuadra.
*Los datos y la información para la realización de este blog la he obtenido de: Wikipedia, el libro "La Sierra Brava de Badaia" de Carlos Ortiz de Zarate y de vecinos y familiares.
*Las fotos son propias o del libro de "La Sierra Brava de Badaia" de Carlos Ortiz de Zarate.
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