BASILÍSCO
EN LA CUEVA DE SANTA MARINA
Decían los mayores que en la cueva de Santa Marina había un Basilisco. Si alguien osaba a introducirse dentro, moriría. Un día, el famoso basilisco bajo de esta cueva el pueblo de Urrialdo. Allí acabó con la mayoría de la población, oculto en el manantial.
URRIALDO
Urrialdo es el despoblado que se encuentra entre Hueto y Martioda. Del asentamiento milenario del ser humano en este lugar lo atestigua un yacimiento de del Eneolítico-Bronce junto a la derruida ermita, antigua parroquia del pueblo.
Las ruinas de Urrialdo |
El hecho de que Urrialdo pagara tres rejas de hierro en la Reja de San Millán, nos hace deducir que esta localidad tendría unos 30 vecinos, ya que se aportaba una reja por cada 10 casas. A nivel comparativo señalamos que entonces Mendoza pagaba una reja. Este dato nos muestra la relevancia de Urrialdo en aquella época. Todavía queda, en el recuerdo generacional de la gente del entorno, la importancia de este lugar, algunos le dan el título de Villa y otros incluso el de ciudad. Según los libros parroquiales, a Urrialdo se le llamaba "Lugar solariego" y también "Lugar monasterial de Urrialdo".
Pero el destino no se portó bien con Urrialdo. Madoz, a mediados del siglo XIX, nos cuenta que en su época estaba despoblado, quedando la ermita llamada Nuestra Señora de los Remedios. Ni siquiera el Licenciado Martín Gil, en su visita de 1556, hace referencia a este lugar. Había desaparecido muchos años antes.
¿Qué es lo que ocurrió para que sus habitantes se marcharán de estas fértiles tierras?
La leyenda -que no sigue los mismos caminos que la historia-, ha encontrado una sorprendente respuesta a esta pregunta. El motivo del abandono de los numerosos habitantes de este lugar no fue otro que la llegada de un Basilisco.
Cuenta la leyenda que este pueblo, antaño, fue enorme. Junto a la iglesia gozaba de un generoso manantial de que se saciaban sus habitantes y sus ganados, incluso sobraba para poder regar las huertas del entorno en los momentos de sequía.
Un triste y desgraciado día, apareció en el manantial un Basilisco, o al menos a él atribuyan las muertes que se iban produciendo en el pueblo, coincidiendo con su presencia a esa fuente. Decían de este misterioso animal que era más bien pequeño, con cuerpo de serpiente, cresta de gallo, patas de tres dedos y cola en forma de lanza; se le atribuyan dos enormes ojos de fuego, capaces de matar con una simple mirada. Todo aquel que se acercaba a él quedaba fulminado.
Dibujo del Basilisco |
Unos aseguraban que había bajado de la cueva Santa Marina, para otros, por el contrario, el origen había que buscarlo en una venganza. Según esta versión, entre Martioda y Hueto existía una venta, en una ocasión mataron al hijo de la ventera. La madre se informó sobre los asesinos, y el resultado de sus pesquisas apuntó hacia los habitantes de Urrialdo. La venganza nos hizo esperar. Fue a ver a una bruja para que le mostrase la manera de sembrar la desolación en este pueblo, y pronto le dió la ponzoñosa respuesta: Tenía que sacar un ojo a su propio hijo y dárselo de comer al gallo, el huevo que pusiese, lo debía colocar en una zona húmeda. Así lo hizo la mujer afrentada, poniendo el huevo del gallo junto al manantial de Urrialdo. De aquel huevo no tardo en surgir un diabólico Basilisco.
A partir de entonces, la tragedia fue el pan de cada día en Urrialdo, cada poco tiempo moria un vecino del pueblo, víctima del Basilisco. Todos miraban con recelo a aquel surtidor de agua, y, sobre todo de noche, nadie osaba a acercarse, pues los rumores aseguraban que era entonces cuando merodeaba por el entorno y más así asesinaba aquel endiablado ser.
Se le comenzó a denominar popularmente a que el manantial con el apelativo de "Fuente del Basilisco". Sus peldaños para bajar allí eran temidos como si conducirse al averno.
A pesar de las innumerables precauciones que adoptaron, los vecinos de Urrialdo fueron muriendo, víctimas de fulminante mirada. Algunos de ellos, en vista del cariz que tomaba las circunstancias, optaron por marchar a otro lugar menos peligroso. El pueblo fue quedando prácticamente vacío, pocos fueron los que se resistieron a abandonar las tierras entregradas por sus antepasados. Las casas empezaron a sufrir las consecuencias del desamparo, hundiéndose los tejados, agrietándose las paredes, adueñándose de las hiedras de las viviendas desatendidas.
Un día apareció por un Urrialdo un carromato de comediantes, de aquellos que deambulaban de pueblo en pueblo ganándose unos cuartos entreteniendo a la gente. Les pareció que era buen lugar para descansar de la fatigosa marcha. Se detuvieron junto a la iglesia, cerca de la fuente del basilisco, sin saber del peligro que les acechaba. Abrieron el portón trasero del carromato, levantándolo, haciendo las veces de techo, desplegaron también dos puertas interiores a las que se apoyaban y que servían para hacer un escenario provisional para las comedias. Al abrir estas puertas aparecieron dos grandes espejos decorativos. Como en otras ocasiones, al percibir a sus víctimas, el Basilisco se acercó sigiloso para poder lanzar su asesino dardo sin ser visto. La sorpresa se llevó cuando se topó con su propia imagen reflejada en uno de los espejos del carromato. No dudo en lanzarle una mirada fulminante mirada, con intención de acabar con aquel ser que veía ante sí, en el que no se reconocía, así mismo. Lo que ocurrió fue que el espejo le devolvió la mirada, cayendo un muerto en el acto. Había sido víctima de sus macabros poderes.
Cuentan que, infinitamente alegres los vecinos de todo el entorno por la muerte del Basilisco, guardaron su esqueleto en el altar mayor de la iglesia de Urrialdo. Era su moneda gracias a la virgen de Urrialdo por haberles liberado de su enemigo.
A partir de aquel momento, el sediento que transitaba por el Urrialdo ya podía acercarse a la fuente a beber agua. A pesar de todo, no podía evitar que una mirada de recelo se dibujase de su cara. Aunque el basilisco había muerto, nadie estaba seguro de que hubiera desaparecido para siempre o que no apareciese otro nuevo ser infernal.
El recuerdo del Basilisco quedó grabado a fuego en la mente de los habitantes de Urrialdo, y por si fuera poco, lo seguían recordando cada vez que entraba en el templo, pues allí, a la derecha de la puerta, había dibujado un Animal al que llamaban el Basilisco.
El basilisco de Urrialdo, le han tenido mucho miedo, generación tras generación. Y los niños cambiaban de actitud inmediatamente ante aquella amenaza. Hoy en día, incluso, si alguien manifiesta mal temperamento, se le dice es como un Basilisco.
Las primas y los amigos del pueblo, solíamos ir de pequeños en bici a Urrialdo, ya sabíamos la historia del Basilisco, pero eso no nos detenía. Sabíamos que eran historian que nos contaban los mayores para no ir por ahí solos. Al ver ese lugar abandonado, la verdad que asusta un poco. Nada más llegar nos encontramos de frente con un perro muerto entre el manantial del Basilisco y la ermita. Se nota una presencia extraña en esa zona, como que no estas totalmente segura allí.
La gente de los pueblos de los alrededores tenía mucho miedo si pasaba por Urrialdo. Los Zuianos daban una vuelta grande para evitar el lugar. Cuentan que, en una ocasión, un hombre iba de Lermanda a Hueto con su burro, a llegar a este manantial, intuyendo la presencia del Basilisco, el burro se negó a seguir adelante.
Algunos decían que las chicas quedaban embarazadas y les miraba el Basilisco.
MANANTIAL ENVENENADO
Hemos de pensar que la leyenda que narra la historia del basilisco de Urrialdo no ha surgido de la nada. Toda la leyenda tiene un sustrato de realidad.
En un principio, los manantiales en los que se surtían las poblaciones apenas contaban con una protección elemental para que los animales no bebiesen de ellos; ello hizo que las enfermedades y pestes ocasionadas por manantiales en mal estado fuesen bastante generalizadas.
Con el paso del tiempo, las intervenciones de las autoridades sanitarias exigieron que se les fuese dotando de una mayor medida de seguridad para aprovisionamiento y mantenimiento de este vital elemento.
Lo más probable es que, en el momento determinado, las aguas de este manantial se contaminasen hasta límites letales, provocando una auténtica masacre en la población. Las gentes intuyen que el mal provenía del allí, del agua del manantial, pero al no poder dar una explicación racional pensarían que se había hecho presente aquel pequeño, pero gran asesino.
El motivo del envenenamiento del agua tampoco es difícil imaginarlo. Tradicionalmente, en todos los pueblos y en concreto de los alrededores de la sierra de Badaia, cuando moria algún animal, la costumbre arrojados a una sima o torca determinada. Cada pueblo tenía la suya. Los de Domaikia los arrojaban a la de Landaderra, los de Mendoza, a Santa Águeda, los de Huéto Abajo, a la de Gomarán...
Algunas de estas Torcas -o varias-, pueden estar comunicadas internamente por laberínticos túneles naturales con esta manantial de Urrialdo. En un momento concreto pudo darse una epidemia de ganado, por alto pesar, los dueños lo arrojarían en la torca pensando que era la mejor manera de hacer desaparecer aquellos animales de la faz de la tierra, quedando sepultado en las lóbregas profundidades de la tierra. Nefasto error. Los conocimientos actuales nos hacen ver que Badaia, es un sistema kártico donde las simas y torcas recogen el agua, llevándola por una infinita red de galerías subterráneas a los diversos manantiales. Si arrojar un animal muerto era un acto suficientemente grave para la salubridad del agua, imaginemos una epidemia, tan frecuente en épocas pasadas, donde son varios los animales enfermos lanzados a una torca. Las consecuencias serían funestas. Habrían envenenado el agua en donde irían a parar los restos putrefactos de los animales infectados. ¡Habría hecho realidad el temible mito del Basilisco! Es significativo que una tradición sostenga que el Basilisco bajó de la sierra Badaia a una fuente de Urrialdo.
PIZTIA
Existe una narración interesante de Badaia de principios del siglo XX. Según ella, numerosos ganados de la sierra aparecían heridos o muertos. Nadie acertaba a comprender que fiera era capaz de atacar y devorar a vacas y novillos. Los depredadores conocidos no podían hacerlo, no entraban dentro de sus posibilidades. Ni siquiera el lobo estaba preparado para semejante felonías. Como no podían adjudicarle un hombre concreto designaron con el apelativo genérico de Piztia (bestia, alimaña).
El rumor fue corriendo de boca en boca, asegurando que una o varias bestías deambulaban por Badaia, mostrando su más sanguinario instinto en la permanente muerte de los ganados. Los vecinos de los pueblos circundantes estaban confundidos. No sabían cómo actuar ante aquella situación, nueva para ellos.
Ante la inoperancia general, un vecino devoto decidió saldar cuentas personalmente con aquella fiera invisible. La escopeta sería su mejor aliada.
No estaba dispuesto a permitir que le matara más ganado, quedando impune su delito. Una mañana subió a la sierra. Llevaba a su criado, los mejores perros, la escopeta y el instinto de cazador en la sangre. Ahora no se trataba de abatir a un jabalí, un zorro o un lobo, había que encontrar aquella Piztia misteriosa. Pero él no tenía miedo y, si la suerte la sonreía, dejarían el mayor de los ridículos aquellos miedosos que habían salido a su persecución.
Una vez en la sierra los perros no tardaron en localizar el rastro. Sabuesos y cazadores se lanzaron tras la presa, en medio de la enmarañada vegetación. Cuando ya parecía que los perros habían encontrado a la alimaña, estos- y en contra de su actuar instintivo habitual-, comenzaron a aullar de manera lastimera, regresando apresuradamente con el rabo entre las patas. El criado, que vio aquella escena, comprendió que algo muy terrible se escondía en la maleza para que los perros reaccionarán de aquella manera. También él dio media vuelta y comenzó a gritar a su ¡Amo amo, la piztia, la piztia!
Toda la valentía del amo se desvaneció en un instante. La seguridad que le daba su escopeta quedó en entredicho. El miedo de los perros y el criado se apoderó también del vecino de Hueto. Las piernas perdieron la rigidez acostumbrada y el corazón bombeando sangre alocadamente. Tras un primer instante inmóvil, todos recorrieron monte abajo, en dirección a Hueto. Sin aliento y humillados se guarecieron en casa, cerrando la puerta con llave.
La temible Piztia perduró como dueña de la sierra de Badaia hasta que desapareció tan misteriosamente como había aparecido.
SACAMANTECAS
Uno de los personajes que más miedo provoca a los niños de tiempo pasado fue el Sacamantecas. La mente de los pequeños, azuzada por los permanentes comentarios de los mayores, hacía que se le representara en cualquier persona extraña que deambulaba por los pueblos. También se lo imaginaban oculto tras las sombras de lugares particularmente peligrosos.
El entorno de la sierra de Badaia no se libró de la creencia en este personaje. Se le acusaba de matar a los niños, con el objetivo de apropiarse de su manteca, (de ahí el nombre Sacamantecas) o de su sangre.
Según creían, obtendría pingües beneficios vendiendo esa mercancía humana de los hombres acaudalados, pues ellos lo necesitaban para curar algún supuesto mal.
En Mendoza se hablaba mucho de Sacamantecas, produciendo un gran temor. Creían que estaba en el monte de Ali. Los vecinos de Mendoza temían pasar por este monte para ir a Vitoria.
Decían que sacaba las mantecas a las chicas para curar a los ricos con ellas.
En una ocasión desaparece una niña de Villodas, apareciendo muerta en la Sierra de Badaia ya al cabo de unos días. El lugar donde sucedió el luctuoso crimen fue en el Arenal, al Oriente de Oteros. Fueron diversas las causas a las que se le atribuyó el crimen, según una de ellas, el criminal fue el Sacamantecas. Decían que había intentado llevar a la niña en dirección Zuatzu-Kuartango, atravesando la sierra. Por algún motivo desconocido no había podido terminar su dramática labor. El cuerpo de la desgraciada niña fue encontrado por un pastor. Acontecimientos macabros de este tipo no hacían sino agrandar el mito de Sacamantecas, personajes sin escrúpulos agazapado tras cualquier sombra, a la vera del camino.
LA MANTECA CURATIVA
Curar con manteca no era extraño para la mentalidad de los mayores, con lo que no nos debe extrañar la existencia de un siniestro personaje, que quite la grasa de las personas jóvenes para utilizarla en supuestos tratamientos curativos de gente adineradas.
Eguzilore |
*Los datos y la información para la realización de este blog la he obtenido de: Wikipedia, el libro "La Sierra Brava de Badaia" de Carlos Ortiz de Zarate y de vecinos y familiares.
*Las fotos son propias y de las webs:
https://www.flickr.com/photos/andergarcia/2423529196,
https://mitologia.fandom.com/es/wiki/Basilisco, https://www.seresmitologicos.net/terrestres/basilisco/
https://espacios-naturales.blogspot.com/2022/11/la-sierra-brava-de-badaia.html
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